jueves, 30 de septiembre de 2010

Regates y musarañas

Regate. Lance deportivo, generalmente balompédico, que consiste en realizar una finta, o serie de ellas, con el objeto de hurtar hábilmente un balón, o esférico, ante las acometidas del contrario para robártelo a ti.
El burlado, claro está, generalmente tosco y poco comprensivo con tu arte y salero, suele manifestar su opinión acerca de tan innata y grácil habilidad mediante el burdo e incivilizado recurso de la patada o el codazo, tratando de hacer carne en las partes más dolorosas y sensibles de tu anatomía.
Mientras tal sucede, una mitad de la grada celebra vociferante el ardid y la otra mitad te mienta malamente a la madre, o alude a tu escasa inteligencia con cánticos groseros, o pone en solfa a tu mujer con términos injuriosos, cuando no lascivos.
Si sales con bien del trance, te tildan de genio; si la fortuna te es esquiva, de chupón.
Y el pago por la gracia va en consonancia con el calificativo.




Musarañas. Diminutos mamíferos de aspecto risible que no dejan de pasearse por delante de mis ojos cuando mi mujer me pregunta qué puñetas (si está de buenas) o qué coño (si está de malas) estoy mirando.
Si se adquiere el hábito de mirarlos con cierta insistencia, dichos animalitos poseen la extraña facultad de modificar los rasgos faciales de los mirones, dotando a los mismos con cara de tonto de baba.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Cinéfilos y beatos




Cinéfilo

Desde que supe la noticia llevaba meses esperando ese momento, el tan anhelado estreno de la última de mi director favorito después de diez años sin rodar.

Me había costado sangre, sudor y lágrimas conseguir una entrada.

¡Me las prometía tan felices!


Pero cuando las cosas están de torcerse…

Yo intentaba enterarme de algo de la película y el tío de la fila de delante no paraba de cuchichear en el oído del vecino lo que según él iba suceder en la próxima secuencia.

Y cuando no farfullaba insensateces con el colega, sorbía estruendoso del refresco con la pajita o comía patatas fritas a puñados o cascaba cacahuetes, con el ruido tan infernal que eso mete en el silencio de la sala.

No tuve ni que moverme del asiento: le metí la de Albacete entre los omóplatos por el respaldo de la butaca.
 

Se calló de golpe, los ojos como platos absolutamente fijos en la pantalla hasta los títulos de crédito.




Beato

Toda la vida dando la tabarra con el paraíso en la otra vida a la diestra del Señor, la felicidad eterna y todas esas mandangas de vírgenes levitando y angelitos tocando la lira en mullidas y dulcísimas nubes de algodón, y cuando le quise mandar allí con ellos se resistió como gato panza arriba.

¿Pues no se está tan bien? ¿Pues no es tan fabuloso todo? ¿Pues no tenía tantas ganas?
 

De verdad que no hay quien entienda a estos fanáticos.

martes, 28 de septiembre de 2010

Hablando en plata


“Hablando en plata: fulanito es más chulo que un ocho, uno de esos de la cáscara amarga, pero, y aunque no me gusta meterme en camisa de once varas, que cada uno en su casa y Dios en la de todos, de hoy no pasa el leerle la cartilla de pe a pa.
Hasta aquí hemos llegado: al pan, pan, y al vino, vino.
Ese va venir por lana pero va a salir trasquilado. Ese no sabe con quién se juega los cuartos. Ese no sabe que lo tengo calado porque se le ve el plumero -ahí le aprieta el zapato-, y que por buscarle tres pies al gato a quien no debe lo voy mandar a hacer puñetas y va morder el polvo con todas las de la ley por no saber callarse a tiempo y que en boca cerrada no entran moscas.
Pienso sacarle los colores y cantarle las cuarenta, pero bien clarito: nada de decir las cosas con la boca pequeña, ni salir por los cerros de Úbeda con el rabo entre las piernas, ni tirar la piedra y esconder la mano. Más claro, agua. Blanco y en botella... Que mejor una vez colorado que ciento amarillo.
No me voy a morder la lengua: lo voy poner de vuelta y media, de chupa de dómine, como hoja de perejil. Yo, si tengo que batirme el cobre no voy por ahí haciéndome el sueco; pienso echarle una filípica que le va a sonar a su canto del cisne. Que se vaya apretando los machos porque lo voy a mandar a freír espárragos con cajas destempladas. Y me importan un comino sus lágrimas de cocodrilo porque es tonto de capirote y ya me tiene hasta más arriba del moño.

Y me la trae floja que salga el sol por Antequera, o que sea una noche toledana, o que esto acabe como el rosario de la aurora. Es que me la suda, vamos; no pienso bajarme de la burra así me maten.
A mí, las cosas claras y el chocolate espeso, que yo no tengo pelos en la lengua.
Y luego tú y yo nos vamos a poner de punta en blanco, vamos a tomar el portante y, como si tuviéramos patente de corso o derecho de pernada, nos vamos a llevar al huerto y a pasarnos por la quilla todo lo que se menea.
Que la ocasión la pintan calva.
Y aquí paz, y después, gloria”.


                                                        ******

 
Me acuerdo de un viejo vecino que podía seguir una conversación durante horas utilizando sólo refranes.
Todavía no tengo claro si era un artista de la palabra o un ignorante con memoria.


Imagen:
Luisa Popenko

lunes, 27 de septiembre de 2010

2 poemas sobre manatíes



Ocaso de sirenas

José Durand desconfía
de quien emplee el adjetivo “libresco”
para oponerlo ¿a qué?: ¿a la ignorancia?

Todos somos cautivos de la ignorancia.
No tiene objeto fomentarla. Por otra parte,
la realidad está en los libros,
los atraviesa y los funda.

Así los conquistadores,
al llegar devorados por las novelas,
creyeron ver sirenas en donde sólo
retozaban los manatíes.

Bajo la inmensa noche Durand y yo
navegamos en busca de manatíes.
Y no encontramos ya ninguno con vida.

Hoy no existen sirenas ni manatíes.
Ha perdido el planeta dos fantasías.


José Emilio Pacheco
(El silencio de la luna)





Manatí

Su fealdad está más que recompensada.
Nunca ser tan poco agraciado
atesoró tan hermosos atributos.

Vive en las marismas del trópico
(los manglares),
allí donde crecen sin tasa
bejucos y árboles en el agua salada.

Profesan a sus crías un amor desmedido
y en esa época, de sus pechos
mana la leche más nutricia.

Pertenece tan notable animal al orden
de los sirenios y se ignora
el nombre que utilizan para citarlo
los indígenas de la zona.


Elías Moro
(Casi humanos (bestiario)

domingo, 26 de septiembre de 2010

Veranillo



Mi mujer dice que este sol de finales de septiembre, de “veranillo de los membrillos”, no le gusta ni un pelo. Le causa dolor de cabeza, le cansa los músculos y los párpados, le agria el carácter…
A mí, sí; gusto de estos días que no parecen saber adónde van, ahora sale el sol, ahora se nubla, llueve un poco, se levanta una brisa fresca cuando menos te lo esperas…

Es un sol un poco cabezón y revoltoso, igual que un niño inconstante y tarambana.

-A ti te gusta porque es como tú -me dice.

Pues sí, a lo mejor es por eso.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Marrón



Marrón


en las manos inhábiles para la caricia,
en lo agreste del alcornoque y la encina,
en el corazón de piedra del lignito,
en la confusión del solitario y el inerme,
en la tinta moribunda de las linotipias,
en el pelaje del animal de las estepas,
en los escaparates de las tiendas de ortopedia,
contra la alegría de aldeanas y juglares.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Chinches



930.- Destrucción. Se puede emplear con éxito un compuesto de:

Coloquíntida…………………………… 5 gr.
Polvo insecticida común…………5 gr.
Bencina………………………………. 100 gr.

931.- Sirve también la mezcla siguiente:

Alumbre…………………………………… 22
Acido bórico………………………………. 6
Acido salicílico………………………… 12

Esta mezcla se incorpora al barniz que se quiera emplear para revestir los pavimentos de madera, puertas, muebles, etcétera. Se lavan éstos primeramente con solución hirviente de jabón, añadiendo al líquido el 10-20% de dicha mezcla. Además, se espolvorean con la referida composición los colchones, jergones, grietas de todo género que pueda tener la habitación y en general todos aquellos sitios donde se puedan albergar las chinches.
932.- Se empapan trapos con amoníaco y se extienden sobre las camas, ó bien se cuelgan dentro de la habitación, cerrando luego herméticamente puertas y ventanas. También se puede poner el amoníaco en platos; se toman de 3 á 6 de ellos, según el tamaño de la habitación, con 50-60 gramos de amoníaco cada uno, y se colocan debajo de las camas y demás muebles. Al cabo de 5 ó 6 días, se abren las puertas y ventanas del cuarto y se encuentran todas las chinches muertas.
933.- Añádase á la cal ó la primera pintura al temple destinada a cubrir las paredes de la habitación, una decocción concentrada de coloquíntida mezclada con una solución de sublimado corrosivo al 1/1000; antes de aplicar la mezcla se ha de rascar la pintura antigua. Este método se recomienda en especial para aquellas habitaciones infectadas de chinches desde largo tiempo, dando resultados inmejorables.
934.- Se mezcla media botella de aguarrás con otro tanto espíritu de vino, en cuyo líquido se disuelven 10-20 gramos de alcanfor, agitando luego la mezcla. Pintando con esta mixtura los lugares infestados de chinches, éstas perecen bien pronto.
El olor de la composición no es agradable.
935.- Se recomienda también una mezcla de bencina y ácido fénico, ó bien de tintura de tabaco ordinario de bencina (1:10) mezclada con un 10% de naftalina.
Es útil verificar una limpieza enérgica antes de Septiembre, en cuya época depositan las chinches los últimos huevos.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Cine y tango (o viceversa)



Me acuerdo del grito de guerra del bandido Fendetestas en la película El bosque animado: “Alto ahí, me caso en Soria”.
Y de Fiz de Cotovelo, el ánima errante, que llevaba los bolsillos llenos de la tierra de su sepultura.




Me acuerdo de que Carlos Gardel, setenta años después de su muerte, siempre tiene un cigarrillo encendido entre los dedos de la estatua que señala su tumba en el cementerio bonaerense de “La Chacarita”.
Y de que cada día que pasa, canta mejor, ché.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Uno de los nuestros (Labordeta)


Acaba de morir un hombre bueno, una persona ejemplo de civismo y valentía, de lealtad y coherencia, un político de a pie, de verdad, apegado a la gente.
¡Y nos hacen tanta falta personas así en estos tiempos impíos!

En realidad, mejor sería decir que nosotros éramos de él. En la ya lejana adolescencia, su voz ronca a veces, áspera y poderosa siempre, que cantaba con pasión los bellos versos de sus canciones, eran un bálsamo y un acicate dentro de la grisura existencial de aquellos años.

Su Himno a la libertad era nada más y nada menos que eso; un himno fraterno, coreado en cada uno de sus conciertos o recitales por cientos de gargantas convencidas de la razón y de la justicia de cada una de las estrofas, con el corazón apretado, con el puño abierto, con la mano tendida a los demás.

Combativo, conmovedor, sin pelos en la lengua ni dobleces hipócritas, sus canciones, sus libros, sus palabras y paseos por todas nuestras tierras, son patrimonio de toda una generación que hoy se ha levantado un poco más pobre.

Pero a mí, de José Antonio Labordeta, hay una canción que me conmueve especialmente: siempre que la escucho -conservo un viejo vinilo editado en Francia,Cantar i callar, donde la escuché por primera vez-, un escalofrío triste y hermoso al tiempo me recorre por dentro y por fuera: La vieja, esa tierna y desolada elegía a su madre:
Siempre te recuerdo, vieja, / sentada junto al hogar / acariciando la lumbre, / la cadiera y el pozal...
Y mientras tecleo esta entrada escuchándola, escuchándole, me acuerdo también de mis amigos de Aragón -Cristina, Fernando, Antón, Julio José…- que tanto lo echarán de menos.
Para ellos, por si sirve de algo, mi consuelo.

Con la rabia que produce abandonar lo que se ama, un abrazo eterno, José Antonio.




sábado, 18 de septiembre de 2010

Matrícula de Honor (un respeto)


Hace unos días, después de treinta y cinco años de mi tempranera despedida de sus aulas, he visitado el instituto donde acabé mis estudios.
Con un nombre bien literario, por cierto: Arcipreste de Hita.

Llegué -con mucho esfuerzo, todo hay que decirlo-, hasta cuarto de bachillerato. No era lo que se dice un buen estudiante; ni siquiera, si me apuro, mediano.
Me interesaban más (qué digo más, eran los únicos temas que me interesaban por entonces), por este orden, el baloncesto -aún se conserva en el centro, junto al antiguo gimnasio, la áspera y desolada cancha de cemento donde empecé a practicarlo y donde también me desollé las rodillas más de una vez entre canasta y tapón, entre rebote y falta personal- y el misterio dulce e ignoto -todavía lo es, y me temo que lo seguirá siendo hasta que me muera- de las chicas, de las que nos separaba durante los recreos una valla metálica e inexpugnable instalada por la majadería de los mayores.
Poco, muy poco después, el orden de preferencias, chicas antes que baloncesto, se invirtió sin remedio para siempre y aquellas vallas estúpidas, menos firmes de lo que aparentaban y pretendían, cayeron con estrépito.

Durante un tiempo cargué como lastre en mi curriculum un par de asignaturas suspensas -que ya os podéis figurar; sí, justo esas mismas que estáis pensando: Mates, y Física y Química-, con algún tropezón esporádico en el idioma gabacho, hasta que, años después, pude sacarme un título que las englobaba a todas.

De entre todas las personas con las que me crucé en la visita, no reconocí a nadie de entonces. Me hubiera gustado volver a ver a la señorita María Teresa, la profesora de Lengua, de una belleza singular, que llegó al centro recién salida de la facultad y que a mí me parecía guapa de morirse; o a don Jesús, el de Matemáticas, que fumaba un aromático tabaco de pipa con el que nos embriagaba los sentíos mientras daba las clases, y ante el que nada tenían que hacer las raíces cuadradas, las ecuaciones, los logaritmos, y demás compinches de semejante calaña. Y así, ¿cómo quería el bueno de don Jesús que aprobáramos la asignatura?



Me traje de recuerdo fotocopias de los documentos de mi expediente como alumno que aún conservaban en el archivo del centro. Estaban guardados en una de esas carpetas legajo, decimonónica y llena de polvo, dentro de un sobre parduzco ornado con manchas color tabaco -como pecas del tiempo- y el membrete del centro en una esquina: partida de nacimiento, certificados médicos con sus correspondientes pólizas a beneficio de variadas y peregrinas instituciones -huérfanos de no sé qué, montepíos de no sé cuántos, timbres y sellos variados...- y, pasmaos, un documento que me acreditaba como merecedor de una Matrícula de Honor -un respeto- en Ciencias Naturales de 2º. Así, en negrita. Y escrito en letra gótica, que da más respeto aún.

Pero lo que más ilusión me hizo fueron las dos fotografías originales tamaño carné -imagino que sobrantes de algún trámite- en las que, con apenas un año de diferencia entre ellas, parezco dos personas distintas: en una tengo aspecto de niño bueno: flequillo hacia la frente, jersey de lana gruesa de dos colores con cuello a la caja, y una carita de inocente que tira para atrás; en la otra -jersey más ligero de pico, un cuello de la camisa por fuera, raya del pelo a un lado...- estoy echado un poco hacia adelante, con un gesto entre fanfarrón y canalla que supongo más acorde con mi carácter de entonces, cuando tenía bien ganada fama de revoltoso y aun de gamberro.

Fama que, dicho sea de paso, y como un sambenito con visos de eternidad, no he logrado sacudirme del todo.

 

viernes, 17 de septiembre de 2010

2 faros amigos



“Algunos faros son tan leales que eligen quedarse ciegos cuando sale el sol”.
 Lola Padilla
 

“El faro: ese cíclope bueno y noctámbulo”.
Antonio del Camino



Gracias, amigos.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Un buen partido (o no)



Sé planchar, friego los platos, hago la compra, estoy aprendiendo a cocinar, me marco, con un ritmo aceptable según dicen, algunos pasos de baile, escribo de cuando en cuando, paseo a mi perra a diario…

Pero seamos honestos: no limpio el polvo, apenas sé poner la lavadora, no me gusta doblar la ropa, odio pasar la fregona, abomino del vals, huyo de los gatos…

La verdad es que si pudiera me estaría todo el día repantigado en un sillón o tirado en la cama con un libro en las manos y música en los oídos.

Soy un perezoso por vocación.
Atiendo de ocho a diez.
De la tarde, por supuesto.

Imagen: Weegee

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La lúcida voz de la memoria



Hará cosa de un año, mientras uno disfrutaba de sus vacaciones en la hermosa ciudad de Santa Cruz de Tenerife, recibí un correo donde se solicitaba mi colaboración para un número extraordinario que la revista Ánfora Nova, con el mismo título de esta entrada, pensaba dedicar a Jesús García Calderón (Badajoz, 1959).

¿Cómo negarse a semejante petición? Me alegró enormemente la noticia de ese homenaje a una persona, a un amigo, con los méritos suficientes para merecerlo sobradamente.
Porque Jesús los tiene; y muchos. Jurista -es Fiscal Superior de Andalucía, con una trayectoria acreditada en la protección penal de los Bienes Culturales, la gestión y conservación del Patrimonio Histórico o la defensa y protección de la Arqueología- Académico de Bellas Artes en Granada, poeta y escritor…
A la llamada de la revista acudieron, entre otros, nombres como Fernando Arrabal, Federico Mayor Zaragoza, Antonio Carvajal, Álvaro Valverde… que con sus extraordinarios textos dieron fe de los afectos y devociones que Jesús García Calderón convoca.

Este es el texto que envié entonces y al que ahora no sólo no quitaría ni una coma, sino que ampliaría en la misma medida en que mi admiración y respeto hacia él han crecido.





Me acuerdo de Lorenzo de Ypiens,
cónsul de un ignorado país en una lejana ciudad del norte,
envuelto en la niebla y la humedad.



Me acuerdo de que no recuerdo cuánto tiempo hace que conozco a Jesús. Acaso más de esos veinte años que en el famoso tango Volver se empeñan en decir que “no es nada”. Y vaya si lo son. Si sé, en cambio, que fue un día venturoso aquel en que nos presentó nuestro común amigo Bernardo Víctor Carande, que entonces arropaba bajo sus alas sabias una tropilla de poetas en ciernes que no dejábamos de acosarle con nuestros escritos. Tengo para mí que desde aquel día en que cruzamos nuestras manos, mi vida se enriqueció con su conocimiento. Como también sé que es de aquel entonces de donde proviene su saber estar, su oficio poético, su reflexión acerca del hombre y su circunstancia, su labor cívica, su atención y cariño para conmigo, y que él sabe que es mutuo.

Admirable como hombre (porque son de admirar en estos tiempos pragmáticos y ociosos que vivimos su generosidad y lealtad, su visión de la moral, su firme compromiso con la sociedad desde el cargo tan ingrato que ocupa… rasgos éstos hoy tan en desuso y hasta denostados), no lo es menos como poeta. Gente más docta que yo habrá de decir a buen seguro, y con mejores palabras y argumentos, de su labor poética y literaria (no olvidemos ese magnífico libro de relatos, Los regalos sombríos, publicado en la estupenda colección “La Gaveta” de la Editora Regional de Extremadura).

Pero no puedo, ni debo, ni tampoco quiero dejar de decir que en muchos de sus poemas, quien esto firma encuentra en multitud de ocasiones esas quimeras que son la belleza, la esperanza y el consuelo. Y también, por qué no confesarlo, ese poquito de mala hierba que es la envidia sana. Los poetas somos muy envidiosos. Y a mí, que también procuro caminar de la mano de la poesía, me hubiera gustado escribir muchos de los poemas salidos de la pluma de Jesús García Calderón. Porque él lo hace con la mayor sencillez del mundo (esa “difícil sencillez” que decía Juan Ramón, y que tantos buscamos con ahínco y muy dudosos resultados), con palabras que uno tiene en los labios todos los días sin caer en la cuenta de lo que pueden llegar a decir en muchas ocasiones. Jesús sí lo sabe. Y lo dice. En muchos de sus poemas (pienso, por ejemplo, en Mujeres de invierno), un quehacer cotidiano e imprescindible, una labor necesaria e ingrata, se impregna de ternura, de un admirable sentido poético, por obra y gracia de su talento para decir y contar.

O en los poemas de Lorenzo de Ypiens de El corazón no avisa los amantes (qué hermoso y acertado título) En mi ventana y En mi mesa, donde su saber poético hace que nos asomemos y nos sentemos con él, en serena armonía, felices de saborear esas sensaciones que propone, que confiesa, que comparte.

Cordial. Si tuviera que elegir una sola palabra para referirme a Jesús, la palabra sería cordial. En el sentido más profundo de afectuoso y también en el de que tiene virtud para fortalecer el corazón, ese motor que nos mueve hasta el final, allí donde guardamos las más hondas ternuras, los más desolados amores, las más firmes lealtades.
“Un lugar en el norte” de la vida, ése donde Jesús sabe que siempre podrá encontrarme.

Hasta aquí el texto publicado en el número que la revista Ánfora Nova (nº 79/80) dedicó en homenaje a su figura.




Para acabar esta entrada no me resisto a mostrar este poema de su último libro -El asombro escondido, publicado por la editorial Norbanova (Cáceres, 2010)-, donde, con esa generosidad y lealtad consustanciales a su persona de las que os hablaba, Jesús se lo dedica a quien esto firma.

Que no todos los días le dedican un poema a uno.

Y a mí me gusta presumir de amigos.


CONSEJO

Ten cuidado con los hombres ridículos.
Siempre que puedas, aparta la mirada
de su torpe desdén, no te interesa
siquiera que reparen en tu presencia.

Recuerda que su rastro
no lo dejan atrás, viene con ellos
alentando ese error
que nos nubla la mente y nos pervierte.
Ya sabes que nunca se sorprenden
con el éxito abrupto que les llega
por una sola vez y nos devora.
Por eso, te lo ruego, ten cuidado,
una vez que lo alcanzan
apiádate de aquellos que se cruzan
con la cabeza erguida en su camino
y el corazón marchito de añoranza.
Nada saben temer, solo si acecha
muy cercano el castigo se repliegan.
Cuídate sin descanso de los hombres
ridículos que mandan
y no saben vivir
sin otra convicción que una venganza.
Tú tienes la virtud de descubrirlos.
Será siempre un peligro y lo lamento
esa decencia tuya inevitable.


Gracias de corazón, Jesús.

Y este abrazo para todos vosotros.




Caricatura: Enrique Bonet

martes, 14 de septiembre de 2010

Purgatorio y lavativa


Purgatorio.
Según el dogma religioso católico, etérea sala de espera de no se sabe bien qué. Y encima hay que morirse para llegar a ella, lo que ya es el colmo del despropósito.
Algunas de sus sucursales más dañinas en este valle de lágrimas son, a saber: las urgencias médicas, los banquillos de los juzgados, los préstamos bancarios, los campamentos militares, los internados religiosos y, aunque sobre estos últimos no me cierro en banda a que pudiera haber muy raras excepciones, los certificados de matrimonio.







Lavativa. Escatológico suplicio disfrazado de remedio que consiste en humillar el esfínter y torturar los intestinos con objeto de liberar estos últimos -mediante la administración de un purgante líquido, y al que se puede añadir, para un mayor y más rápido efecto, sal común, infusión de manzanilla o jabón diluido- de un insano y pestífero atasco de detritos.
Suele venir acompañado de dolorosos retortijones y lágrimas de humillación.
Aquellos que se han visto siquiera una sola vez en tan penoso trance, consideran que el artefacto utilizado para aplicar semejante tormento, una especie de pera puntiaguda de goma color caca, parece salido de la mente de un discípulo aventajado de Torquemada, y no suelen guardar un grato recuerdo de la experiencia.

Imagen blanco y negro: Vicente Nieto

lunes, 13 de septiembre de 2010

Camello, Basilisco, Zorro



Temperancia. El camello es el animal más lujurioso que existe, capaz de correr mil millas tras la hembra. Pero es, sin embargo, respetuoso con la madre o la hermana, ante las cuales sabe dominar su intemperancia.




Crueldad. El basilisco es tan cruel que, cuando no puede matar a los animales con sus ojos venenosos, se vuelve contra las hierbas y los árboles, y los deseca con los efluvios de su mirada.



Falsedad. El zorro, si descubre una bandada de urracas, cornejas o aves semejantes, se echa al suelo, con la boca abierta, haciéndose el muerto. Los pájaros bajan entonces para devorarle a picotazos la lengua, y el zorro los atrapa por la cabeza.



Bestiario de Leonardo Da Vinci

domingo, 12 de septiembre de 2010

Paisanaje (13) Pantaleón



Pantaleón otra cosa no, que los demás vicios y pecaos no le tiraban lo más mínimo, decía que eran vulgares, pero el tema de la lujuria era para él, sin pararse un momento a pensar en el aparente contrasentido, sagrao:
Los fines de semana, ni caza, ni fútbol, ni misa, ni hostias, ni na. Yo, a lo mío, que pa eso me ha dao Dios esta maravilla -decía el verraco mientras se atusaba el bigote de cosaco que le enmarcaba las comisuras y se tanteaba los bajos con la mano sobrante.


En doscientos kilómetros a la redonda, todos los puticlubs, burdeles, casas de citas y similares locales del ramo (los tenía anotaos por orden alfabético en una libretilla mugrosa de la que no se separaba nunca, una especie de cuadrante para saber en cada momento a cuál de ellos tenía que acudir el próximo fin de semana, turno que respetaba a machamartillo) recibían a intervalos regulares sus visitas. Y qué visitas, señores: de ésas de “echar el candao, tirar la llave, y no asomar la jeta hasta el domingo de anochecía”.
-Y que no falte de , no me seas rata, fulanita, o menganito -encarecía el Pantaleón a la madame o al chulo, según el caso, en cuanto traspasaba con los colegas las puertas del lupanar.

El “Panta” y su grupito de gorrones (“Los Satélites” les llamaban por ahí porque siempre estaban girando a su alrededor) llegaban al antro que tocara ese día y se bajaban del 850 apestando a Varón Dandy, las patillas de hacha, la melena rizada, la camisa floreá abierta hasta el ombligo, medallón al pecho, el pantalón campana de mercadillo… El equipo completo, el uniforme de combate del perfecto lolailo. Se pasaban el peine, se olían los sobaquillos, se estiraban la pechera, se acomodaban la entrepierna con ese gesto tan nuestro y hala, p´allá que tiraban, listos pa correrse la juerga padre con las titis del local. Vamos, el colmo de la elegancia y el saber estar.

En el pueblo que hubiese tocao ese fin de semana, las conversaciones del lunes en las tabernas y corrillos de la plaza no versaban sobre otro asunto que la visita de rigor del “Pantaleón y Los Satélites”. Quien no estuviera avisao del tema podría pensar, a tenor del apodo de los susodichos, que éstos fueran acaso algún grupo de músicos principiantes, de esos que maltratan con una furia homicida el bajo, el saxo y la batería en las fiestas de los pueblos, con un vocalista penoso, dos epilépticas rubias de bote bien servidas de tetamen haciendo los coros de la melodía destrozada, y cobrando, cuando cobraban, unas miserables perrillas. Esto, claro, en el caso de no desagradar más de la cuenta a la concurrencia, que si no, lo más probable es que salieran del pueblo corridos de mala manera a gorrazos y pedradas, pies pa qué os quiero, y perdiendo en la desbandada, cuando menos, las baquetas y la dignidad. O sea, cobrando también, pero no en moneda de curso legal.

Un lunes por la mañana, Pantaleón no regresó al pueblo con “Los Satélites” como de costumbre, lo que, vista su disciplina espartana para estas cosas, nos extrañó un güevo. Interrogaos sus compinches, aseguraron, como quien no quiere la cosa y haciéndose los locos, “haberlo dejao echando el último con una negrita nueva en el negocio, cosa fina, y que ya vendría después, que no nos preocupáramos”.

Sí, hombre, lo que nos faltaba, preocuparnos nosotros por ese imbécil descerebrao. Como si no tuviéramos otra cosa mejor que hacer. Lo que pasa es que aquí siempre hemos sio mu curiosos, gente con la mente abierta a nuevas experiencias y conocimientos, que el saber, como ya dijo hace un porrón un sabio mu sabiamente, no ocupa lugar (aunque da mucho la lata, eso también), y la curiosidad intrínseca al espíritu del ser humano es lo que ha hecho avanzar el mundo desde el principio de los tiempos, que esto todo el mundo lo sabe, vamos, es de cajón.

Pasó el tiempo, y hete aquí que cuando ya lo dábamos por perdío pa los restos, Pantaleón regresó una tarde de sopetón, hatillo al hombro, más suave que un guante, abrochao hasta el gaznate, rapao como si hubiera pillao piojos (las orejas de soplillo, huérfanas de la antigua melena, mostraban una acusada tendencia a desabrocharse más de lo normal), y contando un cuento un tanto... ¿cómo diría?, difícil de tragar, para explicar tan súbita y prolongada ausencia.

Que había estao por las selvas del Perú enrolao en una milicia, pacificando indígenas de los de flecha y cerbatana y el rabo al aire, y “cogiendo”, que dicen por allí, de cuando en cuando con la flor y nata de las “visitadoras” tropicales. Huy, qué fino, “cogiendo”; huy qué exquisito, “visitadoras”: follando con putas como siempre, querrás decir.
Y una mierda como el sombrero de un picador. Una trola. Una castaña. Un camelo. Un cuento chino que no te lo crees ni tú, “Panta”.
No me apeo de la burra de que esta milonga la había sacao de alguna novela, que me suena una historia parecida en un libraco de un tal Bragas Rosas. O algo así; pero no me hagas mucho caso, porque, como leo poco (vamos, que no leo), me lío con los nombres. Aunque no me imagino yo al figura éste con novelas en la mochila. El “Playboy”, o el "Lib", como mucho. Pero bueno, quién sabe, pudiera ser, dicen por ahí que  la gente cambia. Y cosas más raras se han visto, ¿verdad?


Mas sé de buena tinta que la historia del “Panta” era mentira de principio a fin porque el Martín (alias “El Everest”, un artista en la cosa del escalo y el allanamiento de morada), un colega de parranda algo botarate, pero no mentiroso, eh, eso sí que no (que sólo le mentía al cura cuando iba a confesarse después de hacerse alguna pajilla, y el día que se casó cuando le dijo el “Sí, quiero” a la Rosi -y todos sabíamos que no quería, que nos lloraba en el hombro como un crío en la despedida de soltero; no te digo más que hubo que darle unas hostias bien dás pa espabilarle la tontuna y que cumpliera como un hombre-), me contó que coincidió con él una temporadita en la “Modelo”. Que también, vaya nombrecito para una cárcel. Parece de recochineo, coño. ¿De verdad que no había otro?

-Ni indios, ni selva, ni polvos, ni gaitas, ni pollas en vinagre. Valiente zumbao, el “Panta”. Nos tenía la chola como un bombo. Los libros, seguro, que le han comío el coco a base de bien y lo han vuelto majareta perdío. Pero ya te digo yo que lo de este tío fue un asunto feo, cosa de bronca de chulos con su poquito de sangre, escándalo público, y resistencia a la autoridá, que el “Panta”, ya sabes, siempre tuvo un arranque fácil (se ponía a cien en esiete segundos, como los ferrarris) y un freno pelín más complicao -me dijo el Martín cabeceando con firmeza para apuntalar su versión.

¿Y a quién vas a creer, eh, di, a quién? ¿A un colega o a un gilipollas?

Pues eso.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Corbata



Lo maté porque no sabía hacerse el nudo de la corbata.

El día de su boda y no sabe ni hacerse el nudo de la corbata, hay que joderse, dónde vamos a parar.

Pero le juro por lo más sagrado que fue sin malicia alguna, nada más que por ayudar.

El caso es que verlo manipular tan toscamente aquella pieza de seda italiana (llegada directamente desde Milán para la ocasión) con sus manazas inhábiles, fue superior a mis fuerzas, casi me arranca las lágrimas el penoso espectáculo.

-Trae, hombre, que no sabes ni hacer la o con un canuto.


-La o sí -respondió frescachón: lo que no sé hacerme es el nudo de la corbata.

La seda resultó de la variedad más escurridiza. Parecía una serpiente de agua con un ataque epiléptico. No había manera de que el jodido nudo se quedase quieto en su sitio.

Cada vez más nerviosos los dos porque la hora de la ceremonia se nos echaba encima y mi hermanita del alma no es de mucho esperar que se diga, empecé a apretar, a apretar, a apretar... y cuando me quise dar cuenta le había cascado la nuez.

Sí, señor juez, lo maté; sin querer, ya le digo, pero lo maté de un apretón, las cosas como son.

Ahora, que el nudo, al final, clavao, eh, no me lo negará: con todo este trajín, y no se ha movido ni un milímetro.

Me quedó de cine: un Windsor de campeonato, que da gloria verlo.

A ver cuándo ha visto usted un muerto con un nudo igual, tan elegante, tan en su sitio, en tan perfecto estado de revista.

Y aunque ya sé que mi hermana no me lo va a perdonar en la vida, digo yo que a efectos legales esto contará como atenuante, ¿no?

viernes, 10 de septiembre de 2010

Garcillas



A la luz del crepúsculo (rosas y naranjas, grises de todos los matices jugando a esconderse, azules sin nombre...), una bandada de garcillas surca el cielo por encima de mi casa todos los días. Son nueve, y vuelan en formación con punta de flecha.
Cuando éramos niños y los pájaros volaban así decíamos, no sé por qué, no tiene ningún sentido, que iban de boda.
Creo que son siempre las mismas y avanzan con un volar cansino hacia sus posaderos en una isla del río.
Por la mañana, cuando voy al trabajo, sus cuerpos blancos, inmóviles en las ramas de los árboles, salpican el follaje como una extraña nevada.

Imagen: Jesús Mora

jueves, 9 de septiembre de 2010

2 poetas anglosajones

Fuera de ocasionales lecturas de autores considerados ya como clásicos en la poesía en lengua inglesa (Whitman, Eliot, Auden, Keats…) o no tan clásicos (Carver, Lee Masters -su Antología de Spoon River me parece un libro impresionante-, Marianne Moore...), no ha sido éste un campo que yo haya frecuentado en demasía, aunque sí con fruición y provecho. Y no por nada en especial; simplemente, estaba leyendo otras cosas, a otros poetas. Sin embargo, de un tiempo a esta parte -o sea, como siempre, la vida es siempre de un tiempo a esta parte- no paro de descubrir poetas anglosajones que suscitan en mí intensas emociones.

Estos dos a los que hago alusión en el título atienden por Reginald Gibbons y R.S. Thomas.
Los dos descubiertos gracias a dos queridos amigos que saben bien, y mucho mejor que uno, de qué va esto: Jordi Doce y José María Castrillón, los comandantes pilotos de esa hermosa nave poética que responde por Las razones del aviador.

Y los dos publicados, además, en esas pequeñas y exquisitas editoriales que alumbran -como faros en la noche, como fuegos en el páramo- el panorama editorial, y tan necesarias en estos tiempos en los que el negocio parece ser "la madre de todas las cosas".




Doctor en Literatura Comparada por la Universidad de Stanford, Gibbons es autor de diez poemarios (Creatures of a Day, It´s Time y Sparrow, serían los más significativos) además de traductor al inglés de Luis Cernuda y Jorge Guillén, y de los cásicos griegos Eurípides (Las bacantes) y Sófocles (Antígona).




Desde una barca de papel (Littera Libros, 2009, Villanueva de la Serena) es una antología bilingüe de Reginald Gibbons (1947), autor estadounidense cuya poesía “se cuenta entre las propuestas más rigurosas y civilmente comprometidas de la poesía norteamericana contemporánea”. (Jordi Doce dixit).
Jordi ha sido también el compilador de la misma y traductor de algunos de sus poemas.

Invierno
Llega un cuervo y se posa en el árbol.
Me estudia.
Va a sacarme los ojos.
Mis vecinos me ofrecen todos
sus rifles. Le pego un tiro.

Herido, se desploma entre las ramas, muere,
buscando enderezarse, y aterriza en la nieve.

Pero ahora, aún vivo, empieza a caminar, se tambalea,
sus alas dejan marcas brillantes y encarnadas,
como runas antiguas, signos de cantos y lamentos.

El cuervo que iba a sacarme los ojos,
predador, carroñero, ladrón
de vida.
No obstante es él, no yo, quien escribe con sangre el poema
que nadie ha de negarlo es bueno.


Reginald Gibbons (Es hora, 2002) Trad: Jordi Doce




Ronald Stuart Thomas (1913-2000) fue pastor de la iglesia anglicana en remotas parroquias del País de Gales. Durante cincuenta años, desde The Stones of the Field (1946) hasta No Truce with the Furies (1995), su poesía heterodoxa y rebelde, indignada (y no obstante, compasiva) frente al embrutecimiento del mundo rural del que formaba parte, fue tomando cuerpo en poemas donde, a pesar de su religiosidad, y con “un tono desgarrado y áspero”, se enfrenta con valentía a la idea de Dios, alejado, me parece a mí, de toda mística.




Antología poética (Ediciones Trea, 2008, Gijón) es un hermoso muestrario, también en edición bilingüe, de su poesía desde aquel primero hasta el último, y póstumo, Residues (2002).

Los invictos
El valor dará paso
a la desesperación y la desesperación
al sufrimiento, y el sufrimiento
acabará en la muerte. Pero tú,
que no eres libre de elegir
tu sufrimiento, puedes elegir
tu respuesta. He conocido
granjeros, nacidos a los males
de su especie, desgastados
a la intemperie, que se ahogaban
en sus propias flemas; habían gastado cuanto
tenían para comprar a su hijo tísico
la profesión que su cuerpo
no podía soportar. Vivían
con orgullo, contemplando cómo el espíritu,
labrado en diamante, se deshacía
en la pequeña piedra seca, dura
y redonda con la que se ahoga
la humanidad. Morían con
valor, bajo el martilleo de la lluvia
sobre el tejado, sin una sola queja.

R.S. Thomas (Destinations, 1985) Trad: Misael Ruiz Albarracín


En los prólogos de ambos libros hay información y crítica más detallada y exacta que ésta que yo os apunto con ánimo de abriros las ganas.





miércoles, 8 de septiembre de 2010

Teología para tontos (con dos cojones)


Declaraciones de un alto cargo de la jerarquía católica española a propósito de la polémica surgida a raíz del último libro del astrofísico Sthepen Hawking en colaboración con el también físico Leonard Mlodinov, "El magnífico diseño", donde ambos sostienen que la creación del Universo -y no digamos ya de la de el planeta Tierra, una infinitesimal cagada
de mosca en el Cosmos- fue una cuestión estrictamente de la Física y en la que Dios -esa idea creada por los hombres, fuente de tantos pesares y sacrificios- no tuvo nada que ver, ni arte ni parte. 
Vamos, que no tuvo vela en ese entierro.

"Dios existe. Y si no, que venga Dios y lo vea". 
Jesús Sanz, obispo de Oviedo.

¡Toma argumento, Sthepen! ¡Toma evidencia, Leonard!
Que es que no os enteráis, hostia.
O como antes se decía, "¡Qué nivel, Maribel!".

martes, 7 de septiembre de 2010

Cementerio Alemán (8)


CEMENTERIO ALEMÁN, YUSTE

Lugar de vanos olivares, en efecto,
y de un hondo silencio que murmura
en la tierra sin llanto de la historia
bajo simétricas cruces, en la decisiva
alineación con que se enfrentan al olvido
ciento ochenta y dos soldados
alemanes caídos sobre España
en el azar perpetuo de dos guerras.

No viste la hierba sus méritos
en el aire, la precisión y el arrojo
de sus actos bajo el mar, el miedo
o la avidez de sus hazañas… la valentía, en suma,
de tanta irreparable juventud
sino esta paz continua que ahora,
en tierra extraña, los acoge y enumera,
lejanos camaradas compartiendo
el impensable honor de una belleza ajena
y misteriosa, que sin embargo os conmueve.

Estáis sentados frente al crudo silencio
-aún no ha sido rebasado por las aguas-
del capitán Otto Hartmann
y sus treinta y siete marinos, implacables
escoltas en la hora sin límite del espanto.

Más allá, bajo tupidas sombras, el viento
borra los impacientes labios de Gerhard Schütt,
que aprendió a matar sin haber besado nunca.

Cenizas de la Historia, son sólo historias
necesariamente anónimas, sin duelo,
heladas flores de un invierno sin fin,
apilados renglones de sangre y olvido.

A veces, el sueño de la vida os trae,
como ahora, y os hace bajar la voz
asomados a la borrosa verdad
de nuestras edades, a nuestros nombres
sin rostro que torpemente pronunciáis.

¿Buscáis acaso una señal que afirme
vuestra hora y os haga merecedores
de la urgencia o la felicidad?

Sabed
que toda paz requiere una derrota,
que la memoria no descansa en lápidas
ni inscripciones, que un mismo suelo
-doblemente extranjero- cruza
nuestras sangres con la vuestra
dando lugar al rumor que ahora escucháis.

Sabedlo: nada termina
para siempre. Nada sucede
para nada.

Daniel Casado (Oscuro pez del fondo)


lunes, 6 de septiembre de 2010

2 blogs y una web

Este fin de semana pasado mi ordenador se ha llenado de buenas noticias: en tres correos sucesivos, tres amigos me anuncian sus nuevos proyectos cibernéticos.

Por orden de aparición en el buzón de entrada, Carlos Medrano, Jesús Marchamalo y Francisco Javier Irazoki me envían los enlaces de sus páginas.

Carlos llama a su blog Isla de lápices; Jesús intitula el suyo El don de la impaciencia; y en la web de “Zoki” -me gusta llamarle así porque así oí hablar de él por primera vez a otro amigo común- hay un recorrido completo de su trayectoria como poeta y crítico musical.

Os recomiendo su visita, su seguimiento. A buen seguro, dado su estupendo quehacer como escritores, vuestras visitas a esos enlaces os habrán de reportar grandes satisfacciones.
Sé de lo que hablo; por algo tengo la suerte de ser amigo suyo, de que ellos me consideren así.
Suerte, hermanos.

Y bienvenidos.

Carlos Medrano


Jesús Marchamalo



Francisco Javier Irazoki

Imagen: Bárbara Loyer

domingo, 5 de septiembre de 2010

El arte del piropo



El más bello piropo se lo escuché a Manuel Aleixandre dirigido a China Zorrilla en la terraza del Café Augustus, en Roma, en la película Elsa & Fred:
“Tu belleza es un insulto a las demás mujeres”.
Y cómo olvidar la feliz risotada de ella ante el requiebro.


viernes, 3 de septiembre de 2010

Botijos y tebeos


Me acuerdo de cómo quitaba la sed, en las tardes tórridas del verano, el agua fresquita y terrosa de los botijos.


Me acuerdo del que vivía en la alcantarilla, frente a la portería, en las viñetas de 13 rue
del Percebe.


jueves, 2 de septiembre de 2010

Cuarteto para cuerda




El viento instalado en los visillos,

el mar en desmayo sobre la arena,

los haces de lluvia bajo la luna menguante,

el ritmo de tu cuello estilo Modigliani.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Un calendario (Septiembre)

Septiembre
El mes más cruel es siempre el que sigue. De esta forma, no será marzo, como quiere el poeta, ni el mes siguiente. Será el último después del último, pero no el primero. En el mes de septiembre, había acuñado una respuesta mediterránea para un escritor japonés. Sol y acero, decía él. Penumbra y colchón, replicaba yo. Pero quién se puede acordar de esas bromas goliárdicas en las que todo es un revoltijo. Espero que lo recuerdes tú, mes de septiembre. Porque es dulce dormir en este mes de mi cumpleaños.
Penumbra, colchón.




Settembre
Il mese più crudele è sempre quello che segue. Così non sarà il marzo, como vuole il poeta, né il mese seguente. Sarà l´ultimo dopo l´ultimo, ma non il primo. Nel messe di settembre, avevo coniato una risposta mediterranea a uno scrittore giapponese. Sole e acciaio, diceva lui. Penombra e materasso, replicavo. Ma chi si può ricordare di questi scherzi goliardici in cui tutto è poltiglia. Spero che lo ricordi tu, mese di settembre. Perché è dolce dormiré in questo mese del mio compleanno.
Penombra, materasso.


Antonio Tabucchi