domingo, 20 de marzo de 2011

Perro y chimenea


El perro

Con este tiempo, a "Picudo" no se le puede sacar afuera y el agrio silbido del viento bajo la puerta le obliga incluso a abandonar su felpudo. Busca mejor acomodo y desliza su cabeza entre nuestros asientos. Pero nosotros nos inclinamos, apretados, codo a codo, hacia el fuego, y le doy un guantazo a "Picudo". Mi padre lo aparta con el pie. Mamá lo insulta. Mi hermana le tiende un vaso vacío.
"Picudo" estornuda y se va a la cocina en busca de compañía.
Regresa, atraviesa a la fuerza nuestro círculo arriesgándose a ser estrangulado por las rodillas y se instala en un rincón del hogar.
Tras dar varias vueltas sobre sí mismo, acaba por acomodarse junto al morillo y ya no se mueve. Observa a sus dueños con tan dulce mirada que no hay quien puede hacerle reproche alguno. Sin embargo, el morillo casi incandescente y las cenizas apartadas le queman el trasero.
Y a pesar de ello, ahí se queda.
Le abrimos paso.
-¡Venga, lárgate! ¡Serás tonto!
Pero se obstina. Cuando los dientes de los perros abandonados rechinan de frío, "Picudo", calentito, con el pelo chamuscado y los muslos asados, reprime su aullido y ríe de dientes afuera, con los ojos llenos de lágrimas.

Jules Renard (Historias naturales)


2 comentarios:

  1. Sensibilida y ternura a la potencia "ene". Un disfrute este pequeño relato tan preciso y poético. Gracias por compartirlo.

    Un abrazo.

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  2. Es verdad, Antonio; a mí me atrajo precisamente por eso: tierno y real a la vez.
    Bueno, y porque es de Renard, palabras mayores.

    Abrazo perruno.

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