miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ortodoncia



En esa época de la vida, incierta y cabrona como pocas, que se extiende entre pubertad y adolescencia llevé aparatos correctores en la boca. Un sinvivir. Una tortura en toda regla. Casi un estigma. Ahora, con un peripuesto neologismo anglosajón, a esa ortopedia bucal, a esa ferretería portátil, a esa filigrana metálica correctora de caninos, molares e incisivos le dicen brackets. Como si te fuera a doler menos o salir más barata la putada por soltar la palabreja en inglés. Para nosotros, entonces, no pasaban de vulgares “hierros”. 
Me los pusieron porque, contra mi voluntad, y cual pobretón aprendiz de vampiro, me habían crecido otros colmillos encima de los que ya tenía y no me los podían extraer sin correr riesgos. Los especialistas en el tema mandibular, tras un somero estudio de mis maltrechas fauces, dictaminaron que las raíces de los intrusos de marfil llegaban hasta los ojos. A mí esto, qué queréis que os diga, me parecía una exageración de las gordas (me he preguntado muchas veces qué coño tendrán que ver los piños con los ojos), pero quién era yo, un imberbe mocoso, un iletrado en sandalias, un indígena de extrarradio, para contradecir a todo un médico dentista, a todo un odontólogo, a todo un protésico, incluso. Al parecer, y por obra y gracias de la presión que ejercían aquellos bastardos dignos del conde Drácula buscando su sitio en mi cavidad bucal, tenía los demás dientes descolocados, como al tuntún, a la miseria, hechos un desastre.  Así que, ni cortos ni perezosos, los licenciados de la cosa me quitaron los colmillos viejos para hacerles hueco a los nuevos y me instalaron toda aquella antiestética y aparatosa chatarra en un proceso que no puedo por menos que calificar, suave y generosamente para no herir delicadas sensibilidades, de arduo y doloroso.

Durante tres interminables años sobrellevé como pude los dichosos hierros en la boca. O sea, malamente. Un periodo difícil y peliagudo como pocos he vivido. Una jodienda que para qué os cuento: pasé las de Caín, como suele decirse a la pata la llana para ilustrar dificultades y sinsabores sin cuento. Pandilla, guateques, las muchachas en sazón, el despertar al sexo que bullía como marmita a presión y sin escape aparente... Bueno, sí que que había un escape a mano, baratito y también portátil, al que acudía con frecuencia para aplacar los ardores concupiscentes propios de la edad, a ver qué remedio. Pero no pienso entrar en detalles aquí; entre otras cosas, porque muchos de vosotros, lectores de genero masculino, por no decir todos, y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, ya sabéis más que de sobra a qué clase de remedio me estoy refiriendo y también lo habéis practicado a modo en su momento. ¿A que sí? Y no me digáis que no, que os va a crecer la nariz.


De los catorce a los diecisiete ninguna chica, ni de mi pandilla ni ninguna otra, y mira que me esforcé lo mío en conseguirlo ya que no pensaba en otra cosa, se aventuró a atravesar aquella frontera metálica que las esperaba anhelante, ansiosa, esperanzada, tras mis labios. Ni siquiera por piedad con mis más que evidentes pesadumbre y desazón. A lo mejor se figuraban que había que llevar pasaporte o salvoconducto, no te digo. Hombre, hierros, haber había, eso está claro, pero tampoco es que fuese una alambrada sembrada de espinos y casamatas con ametralladoras como para que tuvieran tanto reparo a la hora de traspasarla. ¡Pero si yo estaba deseando levantarles la barrera y abrirles paso por la aduana en cuanto quisieran! Y la falda o la blusa y lo que hubiera debajo de ambas, eso también. Con profundo dolor he de confesar que a pesar de mi buena disposición, total entrega y exhaustivo entrenamiento mental sumados a las diversas estrategias dirigidas a tal fin, no hubo manera de, como también suele decirse, "pillar cacho": todas las mozas, sin excepción, esbozaban un ligero mohín de desagrado y experimentaban un paulatino y resuelto desapego físico, cuando no un rechazo explícito, casi violento a veces, en cuanto el menda abría la boca con erótica intención y se hacía visible el andamiaje metálico forrando los piños. Yo ponía todas las facilidades de mi parte, me dejaba querer todo lo que podía, tragaba con lo que no está escrito, de verdad que sí, pero no picó ninguna. Miento: una vez sí que besé a una chica que se apiadó de mí, aún con los hierros puestos. Siempre, queridos míos, hay un alma buena dispuesta al sacrificio. De modo que una tarde, y antes de que a ella le diera tiempo a arrepentirse del impulso piadoso, nos alejamos de los demás, buscamos un aparte discreto y frondoso en el parque, y sin más demora ni zarandajas dimos comienzo a lo que yo imaginé, más contento que unas pascuas, frenético besuqueo y, acaso, esto ya se vería, algo más. Besuqueo y quiméricas esperanzas que se dieron de bruces contra la cruel realidad casi antes de empezar porque entre el aparatoso armazón bucal y mi frenesí largamente contenido, en firme y singular alianza con la falta de costumbre, a las primeras de cambio le hice a la chavala un buen descosido, por no decir un roto en toda regla, en el labio de abajo (el de la boca, nos seáis mal pensados, cochinos, que sois unos cochinos). A la tía, que se puso medio histérica en cuanto notó en las papilas los típicos calorcillo y sabor del rojo y vital fluido, después de propinarme un enérgico empujón que me tumbó en el suelo, presa del estupor, cuan largo era, le faltó tiempo para ir corriendo a contárselo, o más bien chillárselo, a la peña. Gimiendo entrecortadamente, con la barbilla goteando sangre y el colorete y el rímel corridos por las lágrimas, aquella frívola tiquismiquis, aquella romántica al revés, aquella revoltosa con pecas y pechitos aún en formación pero ya prometedores, les relató a todos los colegas la amarga peripecia sufrida en mi compañía con pelos y señales. Y ahí, ay, se malograron de raíz todos mis posteriores intentos de seducción adolescente en la sección féminas de aquella cofradía de ingratos e insolidarios.

Mi intención, después de reponerme mal que bien del chasco sacudiéndome la ropa y recolocándome el poco orgullo que aún me quedaba intacto, era volver al lugar habitual de reunión de la pandilla con la máxima dignidad posible y aguantando el tipo como un machote con esa actitud bizarra de aquí no ha pasado nada y un accidente lo tiene cualquiera, pero cuando llegué adonde se suponía que tenían que estar mis compinches de ambos sexos se habían largado todos, allí no quedaba ni el tato. Tan solo me encontré con una lagartija tomando el solecito encima de una piedra. Y hasta esta se largó a toda mecha hacia el agujero más próximo en cuanto me guipó invadiendo su radio de seguridad. El suceso me marcó hasta tal punto que hoy es el día en que, por más que he rebuscado en la memoria, no he podido acordarme del nombre de aquella pelandusca. Algún extraño mecanismo de defensa, o de venganza, vaya usted a saber, de la psique, supongo.

Hasta los diecisiete bien cumplidos, ya sin los putos cacharros en la boca, no empecé a besar a las chicas como es debido, esto es, sin indeseados percances ni escándalos innecesarios, si bien, como es de comprender, todavía algo escaso de pericia.

Eso sí: nunca he tenido tantas amigas como entonces.

martes, 29 de noviembre de 2011

Cosecha del 59 (4)


La capea de Trajano

Busco en libros y en periódicos de antaño
una evidencia de tu amor por los toros,
algo que no se haya perdido en la Guerra,
busco, en concreto, una pintura de pequeño formato
de una Capea en Extremadura de la que alguna vez
me habló la abuela cuando evocaba los tiempos de la pasión,
un cuadro que dicen estuvo en Badajoz
en casa de Antonio Cuéllar
y ya nadie sabe dónde está.
Busco ese azul siena de tus balcones,
ese rojo embarrado de tus tejados,
ese amarillo quemado de los trigales de tus campos yertos,
esos blancos intensos, entre tonos magenta y violeta,
de las ropas tendidas al sol de la mañana;
y ese verde brilloso y el café oscuro de los hilos
con los que cosían las tejedoras en el patio de los limones;
busco la luz en los ojos de una pastora
que sueña y reza a la puerta de casa porque su mozo
está jugándose la vida ante los cuernos celestes del toro.
Busco algo que sé ya nunca más será, ni en el lienzo ni el metal.

Antonio María Flórez (5 de julio)



Ilustración: Ignacio Fortún

lunes, 28 de noviembre de 2011

De lo que se oye por ahí


Oído en la tele

“Nos han hecho una analítica y tenemos la Cruzcampo baja”.



Nota: Observad como le dan al trinque los infantes. Si semejante anuncio se le ocurre a un publicista ahora, lo cuelgan del palo mayor por salvas sean las partes.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Viñals, caballo, memoria


Lo dicho anteayer en esta misma ventana a propósito de Ángel Campos Pámpano, vale para José Viñals Correas.
Tuve la suerte de considerar a ambos mis maestros, tuve la desgracia de perderlos con un año de diferencia.
Hoy hace dos años de la muerte del segundo.
Y la mejor manera que se me ocurre de recordarlo es con su poesía.

El poema siguiente pertenece a Elogio de la miniatura (La Poesía, señor hidalgo, 2002), libro que él tuvo la generosidad de dedicar a mi familia.

11Mi caballo tiene ojos de nutria, tiene el pelo sedoso de la pantera negra. Mi caballo tiene la cresta de cacatúa enamorada. Mi caballo es de hoguera nocturna a la manera de los ritos equinocciales. Mi caballo tiene alma humana y flores rojas en la frente que destilan el licor de los sueños. Mi caballo es el mejor amigo de la penumbra y galopa con ella a lomos como si se tratase de una hembra. Mi caballo no recula nunca. Hay fervor en sus cascos.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Seis


Prólogos y epílogos
En alguna parte he leído, u oído, no sé, que los libros “se aclaran la garganta para soltar su discurso”. Y si el prólogo, como sostenía aquel texto u opinión, son las gárgaras, ¿qué sería el epílogo? ¿Un pedo? ¿Un eructo?


De las cabras resabiadas, leche agria.


Después de un asesinato, el delito puede quedar para siempre impune, pero es seguro que el autor no quedará jamás inmune.


La verdad, no sé por qué, pero es un hecho cierto que ya nadie silba por las calles. Y esa constatación me llena de una inexplicable melancolía.


La historia, esa mentira engendrada en las victorias y edificada sobre el dolor.


Receta
Tamizando su paciencia, el poeta enharina un verso y otro más, y otro, hasta lograr el poema. Luego le da la vuelta y después lo fríe, y entonces se lo come.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Ángel, tranvía, memoria


Hoy hace tres años que moría Ángel Campos Pámpano. Ya he dicho en alguna ocasión de mi sentimiento de orfandad entonces, de lo injusto de su muerte tan temprana. Ese sentimiento sigue presente en mí cada día, cada vez que me acerco a cualquiera de sus libros, cada vez que sorprendo su perfil en la foto que tengo enfrente de donde tecleo estas líneas.

Os dejo con un poema suyo de La ciudad blanca, su primer -y para mí, con La semilla en la nieve- su mejor libro.

Desde Cacilhas, el transbordador cruza lentamente las aguas oscuras del Tajo. A un lado, tras los pilares del puente, la lámina rosa del cielo ocupa casi todo el paisaje. La línea final del agua se desvanece entre la bruma del fondo. Sopla un aire frío, salado, mineral, mientras contemplo afuera la embocadura. Enfrente, contra la silueta desvaída de la ciudad, las luces, ligeramente azuladas, puntean y recortan la colina. Va cayendo la noche, húmeda, como un fruto ya hecho.

Una vez en tierra, el chasquido metálico de un tranvía me devuelve la perspectiva en fuga, el trazo rectilíneo de la Baixa, al tiempo que suben al transbordador otros viajeros, cansados, silenciosos, para quienes el recorrido ya no será el mismo.



El próximo día 2 de diciembre, en San Vicente de Alcántara, su pueblo natal, Miguel Ángel Lama, uno de sus mejores amigos, y acaso quien mejor conozca su obra, intervendrá en un acto en su memoria organizado por la Asociación Cultural "Vicente Rellano".


Otro de sus grandes amigos, Luis Arroyo, le recuerda en su programa radiofónico La luz de las palabras.


Ilustración: Javier Fernández de Molina

jueves, 24 de noviembre de 2011

Sin futuro


Nuestro amor es sin futuro.

Ella es sorda y yo soy mudo.

Imposible decirle que la quiero.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Cosecha del 59 (3)



El dibujante zurdo
(Desaforismos)


La corrección política aboliría por derecho la hermosura. Según sus inflexibles principios, todos deberíamos ser iguales, todos feos, grises, incapacitados.

Para guardar los ahorros que no tengo, lo mejor sería un banco de niebla.

Conócete a ti mismo. Porque a cuenta de los otros jamás dejarás de ser un desconocido.

Nos estrechamos la mano porque contamos a nuestros amigos con los dedos.

Pocas cosas tan dolorosamente grises como un libro de poesía editado por un Vicerrectorado.

El futuro llega ese día no pensado. El presente se extingue cada día. El pasado revive un día y otro.

Todo es de todos en la noche. Democracia de las sombras.

Jamás lleguéis a sabios. La sabiduría es sublimación del aburrimiento.

¿Tan duro es afrontar la realidad, que incluso a la soledad llamamos “independencia”?

Arrimar el morro junto a los escritores conocidos, con la finalidad de ser fotografiado al lado de ellos. No hay peor delación para el personaje secundario.

¿Por qué a los poetas de la no-palabra no hay manera alguna de hacerlos callar?

Vueltos de espaldas, todos somos cíclopes.

Era un poeta tan horrendo que escribía haikús en prosa.

¿Por qué hay estrellas que, con tanta frecuencia, emiten sombra?

Le han colocado un aparato corrector en la boca, y le han asegurado que en tres años podrán quitárselo. Es la coquetería, ya se sabe. Y porque está de moda. Tiene cuarenta y nueve. Su calavera lucirá una dentadura perfecta.

No hay movimiento alguno, en cualquiera confín del Universo, que no esté sometido a los planes de Dios. ¿Dónde, si no, encontrar certera explicación a los enigmáticos vaivenes de este globo terráqueo? ¿Movimiento de rotación? Muy sencillo: Cristo niño jugando a la peonza con nuestro pobre planeta. ¿Movimiento de traslación? Allá en su Alto Cielo, Padre e Hijo pasándose a la mano la patata caliente del puñetero Mundo.

Perdona, Señor, a los amigos que pudieran hacer más dañinos a mis enemigos.

Pocos vocablos delatan con tanta expresividad la miseria del secundario, como la palabra accésit.

¿Han oído ustedes hablar de algo tan paradójico como pueda ser la “ética del ganador”?

La mujer de tus sueños es un puzzle. Los sueños de tu mujer, un rompecabezas.

Su vanidad es una bomba que puede estallar en tus manos, pero lo que no debe permitirse es que él resulte siempre indemne después de cada explosión. Mientras tú te despanzurras despedazado, él no puede pasearse por el mundo como si nada. Tendría que bajar a la calle con un brazo menos, una pierna menos, un amigo menos.

Un caja de pastas de té rotulada del siguiente modo: Cojones del Anticristo.

Oído en un restaurante: “Este es Tokai del bueno, se lo juro, el auténtico. De cinco putongos”.


Rafael Fombellida (10 de mayo)




Ilustración: Ignacio Fortún

martes, 22 de noviembre de 2011

Dichos de Luder 6 (J.R.Ribeyro)


26 -¡Ah!- suspira Luder, cogiendo los botines de lana que ha tejido una amiga para el hijo que ha dado a luz. ¡Tan pequeños zapatitos para medir el mundo!

27 Un amigo viene a visitar a Luder que está muy enfermo y lo encuentra escribiendo febrilmente.
-¡Cómo!- le pregunta en broma. ¿Estás escribiendo tu canto del cisne?
-¡Ojalá...! Mi gruñido del puerco.

28 -Estoy preocupado- dice Luder-. He leído que nuestro nuevo presidente no fuma, ni bebe, ni juega, ni enamora.
- ¿Y qué?
- Me espantaría ser gobernado por un hombre que haya ganado un premio de virtud.

29 -Es extraño- dice Luder, deteniéndose para observar al pequeño hijo de una mendiga callejera-. Miren bien sus ojos: ellos contienen todo el sufrimiento que lo espera, pero también la certidumbre de su venganza.

30 -Podemos ver el movimiento- dice Luder-, pero no podemos imaginarlo. Nuestra representación del movimiento procede por el sistema de la sucesión de vistas fijas.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Cromos y canicas


Aunque me esté mal el decirlo, yo era, sin ningún género de dudas, el aquiles de las canicas en el barrio, el atila de los bolsillos ajenos, el napoleón del guá, el general patton del triángulo. Aquellas esferas de cristal de colores traslúcidos que cambiaban de manos, casi siempre a las del menda, a una velocidad inusitada en partidas vespertinas que parecían no tener fin, no tenían secretos para mí. El guá y yo, uno para otro, almas gemelas, uña y carne, fifty-fifty. En el agreste solar donde nos las jugábamos día sí, día también, me conocía al dedillo los posibles trayectos y querencias de las bolas para lograr antes y mejor que los demás contrincantes el objetivo propuesto, así como también la estrategia, puntería y puntos flacos de mis rivales en las partidas. Aquí entre nosotros, unos pardillos y unos cabezas huecas, unos ilusos más bravucones que hábiles que no se bajaban de la burra y casi todos los días se iban para casa con los bolsillos huérfanos, con la talega de las canicas bien aligeradas de peso cunado no vacías del todo. Si me encontraba de buenas y así me placía, alguna tarde que otra me dejaba ganar como sin querer y les permitía a aquellos pringados un engañoso respiro en sus cotidianos, aunque no por ello menos dolorosos, fracasos. Pero no vayáis a creer que era por esas memeces de la compasión, lástima, piedad o misericorodia, que va, que no era yo de hacer prisioneros por costumbre ni curar demasiado a los heridos: lo hacía más que nada para dorarles la píldora con el espurio propósito de que no dejasen de jugar conmigo y se me fueran a pique la diversión, la ganancia y el reinado. Como un tahúr pagado de sí mismo y absolutamente seguro de que al final de la partida habrá desplumado por completo a los incautos. Vistos los antecedentes citados, el balance semanal de las escaramuzas en la tierra del descampado no podía ser sino positivo para mi cuenta de resultados. Por decirlo con lenguaje bursátil, mis acciones en ese negocio cotizaban al alza la mayor parte del año. Lo malo de todo este asunto, que algo malo tendría que tener, no todo el monte es siempre orégano, es que luego llegaba mi hermano (que no estaba lo que se dice bien dotado para desempeñar con un mínimo de éxito tal labor), se apropiaba de mi botín sin permiso (podría hablarse de saqueo sin faltar un ápice a la verdad), y volvía a poner las cosas en su sitio; quiero decir, que él perdía en un par de tardes lo que yo ganaba en dos semanas. Y sin importarle una higa ni cargo alguno de conciencia alguno. Como las canicas no eran suyas... Igual pensaba que se reproducían por ciencia infusa, vaya usted a saber. Y es que con ellas en la mano era torpe como un cerrojo, inútil como espejo de ciego, obtuso como vaso de corcho... Pero para birlármelas a la chita callando qué buena maña se daba el puñetero.

De modo que cuando el menda, o sea, yo, caía en la cuenta del innoble expolio de mi compañero forzoso de cuarto, que siempre se producía a mis espaldas y como a traición, me pillaba unos cabreos de campeonato. Y sus buenos sopapos y capones le aticé al ratero manazas, no voy a negarlo. Que bien merecidos que se los tenía, no me digáis que no. Lloraba como una nena (-"Cállate ya, Braguitas" -le conminaba yo mientras le sacudía el pellejo), pero el cabezón de él no escarmentaba ni a tiros: en cuanto se le pasaba el susto y veía ocasión, metía otra vez la mano artera en el saco. Y vuelta a empezar. El problema es que al olor del sofocón cobardica de mi hermano, mi madre, que tenía un olfato finísimo para las trifulcas fraternas, acudía al rescate de su cachorro en peligro rauda como centella vengadora y, sin atender ni mucho ni poco ni nada a mis más que atinadas razones para el escarmiento filial, se cobraba, cual prestamista sin entrañas, cual usurero mafioso, cual banquero que se precie, los pescozones atizados al mocoso ladrón con leoninos intereses de demora. La autora de mis días era hábil con la mano y el palo de la escoba, pero tenía una acusada y dañina propensión por la zapatilla con recia suela de goma como instrumento justiciero para restablecer el orden e intentar domeñarme. De su portentosa pericia con la alpargata en la mano, mis nalgas y espalda (o cualquier otra parte de mi cuerpo, porque cuando cogía carrerilla y se encelaba en la faena atizaba al tuntún buscando bulto sin preocuparse ni mijita de dónde hacía carne su ímpetu castigador) pueden dar fe de la buena las veces que haga falta y ante quien sea. No os digo más que si el sacudir la badana y el zurrar el cuero hubieran sido deportes olímpicos, fijo que mi madre se sube al cajón en todas y cada una de las categorías y se trae para casa un porrón de medallas del más preciado metal
Sin embargo, no le guardo rencor por ello a mi hermano, al contrario; gracias a su ampliamente contrastada ineptitud con los bolindres y sus constantes latrocinios en botín ajeno, y aunque de manera inconsciente, contribuía a mantener un equilibrio pacífico entre los habituales del terreno donde dirimíamos con feroz ahínco nuestras habituales y esféricas querellas.

Pero de lo que más orgulloso estaba, y con mucho, era de mi caja de zapatos llena de cromos hasta los topes. Yo tenía una colección de cromos difíciles. Y algunos de ellos, más difícil todavía, repetidos. Ésta sí a buen recaudo de la rapiña fraterna.

De fútbol, de inventos, de zoología o botánica, de barcos, trenes y aviones, de actores y cantantes famosos, de minerales, de automóviles, de historia de España o mundial, de razas y costumbres...

Ese cromo que siempre os faltaba para completar vuestra colección, esa  esquiva y cabrona estampita que nunca salía en los sobres donde os gastabais, ilusos, la escasa y avarienta
paga semanal y dejaba mellado para siempre vuestro álbum preferido, lo tenía yo en la mía, que lo sepáis, chincha rabiña.

Imagen: Alberto Schommer Koch

domingo, 20 de noviembre de 2011

Díptico del canto y el vuelo



El pájaro no canta para nosotros,

sino para el aire que lo sostiene.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Jornada de... ¿reflexión?



Coliflor. Repugnante verdura para paladares infantiles.
Fig. Cerebro de las hortalizas.

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Cerebro. Coliflor que tienen muchos hombres y mujeres en la cavidad del cráneo.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Brotes


Repaso algún viejo cuaderno de notas y me voy encontrando en él restos escritos hace tiempo que, en la mayoría de los casos, ahora no me causan más que vergüenza.
E igual que se podan las ramas secas de un árbol, destinadas ya a la lumbre del olvido, voy arrancando y rompiendo sin pena hoja tras hoja, arrojándolas a la papelera: esbozos de poemas envejecidos antes de tiempo, textos llenos de canas y manías, apuntes artríticos y sarmentosos, proyectos de relatos con una caspa sebosa y amarillenta -como de nicotina terca en las yemas de los dedos- manchando el papel y las palabras…
Pero de vez en cuando, sólo de vez en cuando, entre las hojas marchitas asoma, tímido y leve, el milagro enternecedor de un verso aún verde, un brote tierno tiritando y germinando entre la basura; un verso hermano de esas hierbas humildes que se empeñan en crecer, tozudas e invencibles, entre las junturas del asfalto y las aceras, en medio de los cascotes y latas oxidadas de los solares abandonados a la incuria y la soledad de los años.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Ediciones Liliputienses (Presentación)


Esta tarde, a las 18:30h en la Bibilioteca Pública de Cáceres, José María Cumbreño pone de largo las Ediciones Liliputienses con la pesentación de sus tres primeros números dentro de la colección La Biblioteca de Gulliver.

De los dos primeros ya se dejó constancia aquí; el tercero -El ocre de la tierra- es de la poeta mejicana Rocío Cerón.

Os dejo un fragmento de su libro Tiento (UANL, 2010)

Dijeron que era hija del golpe, de los barrios donde los sones son lentos y carraspean las voces y los toneles de aguardiente se empujan sin trozo de pan; dijeron que era hija del desprecio, de esclavas, de amargas noches de cama entre soldados y cuerpos cobrizos; dijeron que era una mártir –estaban, están equivocados−, luego le dieron algo de espejos y algo de carne de cerdo, algo de nuevos nombres y nuevos apellidos; le enseñaron el uso de la rueda (ya conocía el cero); casi la mata la fiebre. Y de cada golpe ha salido más fuerte. Como el poema, América es una dura cicatriz en el cuerpo.




El precioso logo es de Fabio de la Flor, editor de Delirio.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Mitades

Yo soy un ciudadano medio.
O sea, que estoy partido por la mitad.





Y so u ciuda med.
O se, qu est part pr a mit.

martes, 15 de noviembre de 2011

Cosecha del 59 (2)


Bolero

somos la herida y el bálsamo en la vida de los otros

somos el olor del pan en la noche del hambre

somos el agua que corre hasta el dique de los pantanos

somos el fuego y el humo, la madera que cruje y alumbra

somos la piedra en su exacto lugar, el aire en su vuelo

somos el gazapo y el lobezno, la mantis y el escorpión

somos el ópalo y el rubí, el lignito y la hulla

somos el geranio y la mandrágora, la rosa y el cardo

somos lo que duele curando, el grito y la cicatriz

somos la camada del odio, el fruto de la semilla

somos, sin ser, o acaso siendo, lo que luego seremos


somos un sueño imposible que busca la noche

Elías Moro (17 de abril)




Ilustración: Ignacio Fortún

lunes, 14 de noviembre de 2011

Epitafio de Lord Byron para su perro


"Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de un hombre sin sus vicios."

Lord Byron para su perro “Boatswain".


domingo, 13 de noviembre de 2011

Arqueros y forenses

En dos días consecutivos, algunas cosas mías han hallado refugio en las páginas amigas de Jesús Marchamalo y Juan Yanes, respectivamente.

Gracias, amigos.

Aquí -pinchando en las palabras- os dejo los enlaces por si os apetece echar un vistazo.


Arqueros




Forenses

Garrote


Garrote. Producto maderero sin pulir con un acreditado poder de persuasión para solventar controversias y despejar las dudas sobre quién pudiera llevar la razón en las mismas. Cuestión que queda zanjada de cuajo en cuanto el tal garrote hace blanco en cualquier zona de la estructura ósea del oponente dialéctico.
Su dilatada trayectoria y frecuente uso a través de la historia para rebatir argumentos ajenos y difundir los propios así lo atestigua con la debida contundencia.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Imágenes, imágenes, imágenes

El maletilla



¿Lo suelto o lo subo?



La curiosidad mató al gato



El tercer hombre



¿Hay alguien ahí?

viernes, 11 de noviembre de 2011

Romancillo (o así) del ginecólogo*


La señora en la camilla,
toda lista y ya dispuesta
con las piernas bien abiertas,
aireaba la almejilla
en espera del doctor.
Entró tan docto señor,
saludó como al desgaire,
e inspirando bien el aire
que desprendía, amoroso,
la sonrosada abertura,
tal que oso en la natura
se aprestó a la exploración.

No lo hiciera, no señor,
que fue como ver a un miura,
y esto no es ninguna broma;
le acometió tal temblor
al percibir el aroma
que desprendía la gruta,
que dio un respingo, un traspié,
casi a punto de a caer
como boxeador en lona,
como en canasto la fruta.

Agarró unas castañuelas
y se marcó un zapateado
que dejó todo asombrados
a clienta y parentela.
Y al contestar la pregunta
de la dama ante el tormento,
del porqué del movimiento,
de a cuenta de qué el lolailo,
respondiole muy contento:
“Tú me "cantas", yo te bailo”.


*Este romancillo (o así) tiene su origen en un chiste que me contó mi hija Alba, que está hecha una sinvergüenza.

jueves, 10 de noviembre de 2011

De versos y de dioses


Cada vez que comienzo a escribir un poema casi nunca puedo evitar el darle vueltas a ese tan famoso axioma de "el primer verso es un regalo de los dioses".
Y cuando esto me sucede no sé bien a qué carta quedarme, si apostar con todo o, por contra, actuar con prudencia y abstenerme del envite; porque a cada día que pasa tenga más firmes sospechas de que ese verso no sea, al cabo, más que un regalo envenenado, puño de hierro en guante de seda, gato por liebre, cicuta disfrazada de perfume.
Porque, vamos a ver, decidme, ¿cuándo han hecho los dioses algo bueno por nosotros?