jueves, 8 de marzo de 2012

Romeo en París


Ayer dieron comienzo, y hoy finalizan en el Instituto Cervantes de París, unas jornadas en torno a la figura de Félix Romeo, de cuya presencia y talento nos privó hace unos meses una muerte apresurada e injusta.
Estas jornadas contarán con la presencia de muchos amigos suyos, escritores, cineastas, fotógrafos, pintores… Hablo de gente como David Trueba, Antón Castro, Martínez de Pisón, Lina Vila, Jorge Sanz o Pepe Cerdá, autor de la portada del número monográfico de Rolde a él dedicado. Algunos de ellos también han participado en el volumen ¡Viva Félix Romeo!, publicado conjuntamente por Mondadori con la novela póstuma de Félix, Noche de los enamorados.

Mi lectura de esta novela, que me llegó a través de Antón, es el texto siguiente, texto que encontró acogida en el suplemento "Artes&Letras" del Heraldo de Aragón el pasado 23 de febrero.
Es mi manera de sumarme al homenaje a ese magnífico escritor y crítico, tan arrollador y querido, tan vitalista y gozoso, tan amigo de sus amigos.

El envés de la tragedia

De su paso por la antigua cárcel zaragozana de Torrero para cumplir condena por insumisión llevando hasta el final sus convicciones antimilitaristas, Félix Romeo (Zaragoza, 1968-2011) se trajo en la memoria, hasta convertirla casi en obsesión, esta Noche de los enamorados (Mondadori), la historia de un crimen real perpetrado por Santiago Dulong en la persona de su mujer Mª Isabel Montesinos. Dulong fue compañero de celda de Romeo, y ya en su primer encuentro Santiago le confesó que había estrangulado a su mujer. Un asesino que reconoce su culpa pero que no parece arrepentirse. Aunque el arrepentimiento no le sirva ya de nada a la víctima.
En esta novela infelizmente póstuma, Romeo indaga con pasión en las causas y consecuencias de aquel suceso. Y lo hace con tal acierto que cuando el lector, cualquier lector, abra este libro, no habrá vuelta de hoja para él: en apenas media página, con las primeras nueve frases y tras las primeras cincuenta y una palabras del texto, entre “Es una mujer y está muerta.” y “Su asesino se los ha cerrado.”, se verá atrapado sin remedio en esta crónica novelada, una historia desgraciada que no podrá ignorar, a la que no podrá volverle la espalda.
Con una prosa aparentemente distanciada, fría, casi judicial o administrativa, Romeo, a base de frases cortas y párrafos de unas pocas líneas, se propone contar con la mayor exactitud posible cómo fueron los hechos para intentar comprenderlos y hacerlos comprender, y logra concretar con maestría la atmósfera precisa para que el lector se implique en esta tela de araña donde, en el centro de la misma, aparecen en primer plano el verdugo y la víctima como actores principales. Dos seres infortunados que tienen la desgracia de encontrarse en un sórdido ambiente, y que una mala tarde de otoño, lluviosa y fría, culminan de la peor manera todos sus desencuentros, todas sus frustraciones, una violencia larvada -explícita a veces- casi desde el principio de su convivencia. Los hilos -no de seda precisamente- que conducen a ese escenario son puestos de manera minuciosa ante los ojos del lector, situando a éste ante los cómos y los porqués, los cuándos y los dóndes, la visión completa de la trama. El escritor se viste de entomólogo que va observando los hechos y anotando en su libreta cada movimiento de los actores de la misma, todos los pasos que éstos dan -y los suyos propios- hasta llegar al centro de la tela de lo que se narra sin ahorrarse reflexiones sobre las razones del asesino ni piedad hacia la víctima.
Dividida en dos partes, “La escena del crimen” y “Reconstrucción de los hechos probados”, en Noche de los enamorados -el título proviene de la fecha del primer encuentro entre Santiago y Félix en la cárcel, un 14 de febrero- el autor, partiendo de la imagen inicial del cadáver de la mujer en el suelo, va hilando sutilmente, sin que apenas se noten las puntadas, un armazón de causas y efectos por mor de los antecedentes vitales de ambos protagonistas, marido y mujer, un viudo y una mujer baqueteada por la vida en clubes de alterne, alcohólica y prostituta, que tras compartir algunas noches de amor mercenario deciden probar a unir sus destinos.
Para escribir este libro-reportaje, fruto de un suceso real ocurrido quince años atrás y una casualidad carcelaria, el autor se convirtió en un investigador tenaz de todos los cabos de la madeja a desenredar, el papel jugado por los secundarios que también participaron en la función: atestado policial, informe forense, relaciones personales, antecedentes familiares, declaraciones de vecinos anónimos, actas del sumario y desarrollo del juicio… en un intento de entender el proceso por el que alguien llega al extremo de asesinar a su pareja.
Pero en sus ciento cuarenta páginas, y sin perder nunca de vista el objeto principal, hallamos también una indagación sobre el sucio mundo carcelario, sobre silencios y elusiones, sobre lo incomprensible de una justicia que sitúa en el mismo plano a víctima y verdugo. Algo no funciona bien en un sistema que condena a un insumiso a dieciocho meses de prisión y despacha una muerte violenta con un año de cárcel tras convertir una acusación de parricidio en un delito de “imprudencia temeraria”.
Hay también en este libro un respeto inmenso por las palabras, por encontrar la palabra exacta que le permita decir en cada momento su verdad de la mejor manera posible. Porque si algo tenía Félix era un respeto casi religioso por las palabras. Es algo que se puede ver de manera palmaria en sus tres libros anteriores, en sus incontables artículos…
María Isabel Montesinos Torroba, natural de Larache, no llegó a cumplir los cuarenta y siete años. De su marido y asesino, Santiago Dulong, falangista, lo último que sabemos es de su descenso por unas escaleras de una calle de Zaragoza la noche de un día, también lluvioso y frío, cuatro años después de los hechos y tras un encuentro fortuito y sin palabras con su antiguo compañero de celda.
Un escueto e incompleto acta de defunción -como para que lector lo rellene con sus propias conclusiones- es la última página de la novela.


Elías Moro

La imagen es de Luis Grañena, un magnífico caricaturista e ilustrador y también amigo de Félix.

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