miércoles, 29 de febrero de 2012

Mimosas


Hemos venido en silencio al arrimo del aroma en la colina. Dulcemente frágiles, damas de honor de la primavera que anuncian y celebran, despliegan las mimosas sus penachos amarillos, sus pamelas de olor y lumbre, el efímero y vasto fulgor que enloquece a las abejas.
Junto a los prunos y almendros que se visten de boda, contra el azul del cielo, el aire se abanica y se perfuma con ellas.
Un inquieto vals de fragancias se esparce en el aire del día.

martes, 28 de febrero de 2012

Zoki en Mérida


Hoy, casi dos años después de aquel venturoso día en que me acerqué a Badajoz para conocerle en persona, Francisco Javier Irazoki, navarro de Lesaka, cosecha del 54, viene a Mérida para participar en el Aula “Delgado Valhondo”.
Desde entonces, el eje París-Mérida ha mantenido un frecuente intercambio de textos, noticias y afectos varios.

Hoy, después de todo este tiempo, podré abrazarle de nuevo en persona. No en vano, Zoki, como gustan de nombrarlo sus amigos más cercanos, arrastra fama -ganada a pulso, doy fe- de gran abrazador. Tan merecida ésta como la que justamente goza tanto de magnífico poeta como de mejor persona.

Musicólogo de formación y poeta de vocación (en sus textos se aúnan con palpable armonía estas dos artes, acaso las más elevadas creadas por el hombre), Irazoki ofrecerá una lectura de su obra, abierta al público, en el "Salón Capilla" del Parador a las 20:00h.

Tres años después de su último libro, La nota rota, está próximo a editarse Retrato de un hilo, en la editorial Hiperión.

Os dejo con un poema, de su libro Los hombres intermitentes, incluido en el cuadernillo publicado con motivo de su lectura.

Muerte transitable
Todas las mañanas, antes de empezar los trabajos del día, miro durante varios minutos las flores plantadas delante de mi puerta. A los pies de las dalias, unas hormigas recorren el tapiz de pétalos caídos. Con las derrotas que impone el tiempo ellas han construido su camino.



lunes, 27 de febrero de 2012

"Noche de los enamorados"-Félix Romeo


Queridos amigos:

Random House Mondadori y Los portadores de sueños tenemos el gusto de invitaros a la presentación de NOCHE DE LOS ENAMORADOS, la novela póstuma de FÉLIX ROMEO, el próximo lunes 27 de febrero a las 20.30h en el Hall del Teatro Principal. Nos gustaría que esta presentación se convirtiera en un homenaje a Félix, tan importante en la vida cultural de esta ciudad, y que sirva para reunir a sus amigos y a toda la gente que lo quería para celebrar, aunque sea de forma agridulce, el lanzamiento de su última obra.

Presentando el libro y recordando al escritor, crítico literario, agitador cultural y, sobre todo, al amigo, estarán los escritores Luis Alegre, Daniel Gascón y Eva Puyó, acompañados por Miguel Aguilar, editor del grupo Random House Mondadori.

"Noche de los enamorados" es una novela excelente que nace del paso de Félix por la cárcel de Torrero, donde cumplió condena por insumisión y donde compartió celda con Santiago Dulong, nieto del que fuera alcalde de Zaragoza durante la República y acusado de la muerte de su mujer. La investigación de Félix Romeo sobre los hechos y su prosa afilada y cortante, consiguen un relato impactante y estremecedor. El libro se acompaña de "¡Viva Félix Romeo!", una separata con textos que algunos amigos escribieron tras su muerte.

Al finalizar el acto, se proyectará un vídeo y brindaremos con una copa de vino por el gran Félix.


(Este es el texto oficial de la convocatoria del acto, extraído de la página de Los portadores de sueños).

domingo, 26 de febrero de 2012

Bases "V" Premio de Poesía Fundación ECOEM



LA FUNDACIÓN ECOEM convoca el "V Premio de Poesía Fundación ECOEM" en lengua castellana, con arreglo a las siguientes bases:

1. A ESTE PREMIO podrán concurrir los poetas menores de 35 años, sea cual fuere su nacionalidad o lugar de residencia.

2. LA DOTACIÓN DEL PREMIO es de 4.000 euros (cuatro mil euros), en concepto de adelanto de derechos de autor de la publicación.
La cuantía del premio se hará efectiva previa deducción, en concepto de retención del I.R.P.F. que legalmente se encuentre vigente en el momento de entrega del premio.
No se contempla la posibilidad de conceder accésits.

3. LA FUNDACIÓN ECOEM publicará el original premiado, en la Colección “Siltolá de Poesía” (Ediciones de La Isla de Siltolá).

4. LA FECHA LÍMITE para la recepción de las obras es el lunes, 19 de noviembre de 2012. Para los envíos por correo postal, se tendrá en cuenta la fecha del matasellos.

5. CADA TRABAJO presentado ha de ser inédito y no presentado a ningún otro concurso. Tendrá una extensión mínima de 300 versos. El tema y la métrica son libres.
Los autores que hayan obtenido en ediciones anteriores del Premio de Poesía Fundación ECOEM, el primer premio ó algún accésit, están excluidos de participación.

6. SE DEBE enviar, para participar en el Premio, un ejemplar impreso o mecanografiado, debidamente encuadernado.
Llevará título, nombre y apellidos del autor.

Acompañará:
• Fotocopia del D.N.I., pasaporte o tarjeta de residencia, que acredite la identidad del autor.
• Breve nota bibliográfica del autor.
• Domicilio, teléfono y demás datos postales identificativos.

La ausencia de la documentación solicitada, podrá dejar fuera del concurso a la obra presentada.

7. EL TRABAJO SE PRESENTARÁ por correo ordinario, certificado, mensajería o en mano a la Fundación ECOEM ("V PREMIO DE POESÍA FUNDACIÓN ECOEM"), C/Balbino Marrón, Edificio Viapol, Portal A, Planta 4ª, Módulo14, 41018 Sevilla (España).
No se aceptarán trabajos enviados por correo electrónico.

8. EN NINGÚN CASO se devolverán los ejemplares presentados ni se mantendrá correspondencia al respecto. Todas las obras no premiadas serán destruidas.

9. EL JURADO, será nombrado por la Fundación ECOEM y por la Editorial La Isla de Siltolá.

Con anterioridad al fallo del Premio, se hará pública la composición del jurado, que estará compuesto por personalidades del mundo de las letras.

10. EL FALLO del jurado, que será inapelable, tendrá lugar en el primer trimestre de 2013.

11. EL JURADO se reserva la facultad de declarar desierto el Premio convocado.

12. LA PRESENTACIÓN de los trabajos a esta V edición del PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA “FUNDACIÓN ECOEM” implica la total aceptación de las presentes BASES.

Para mayor información: Tel. (+34) 954642671
info@fundacion-ecoem.org www.fundacion-ecoem.org

sábado, 25 de febrero de 2012

viernes, 24 de febrero de 2012

Una "morería escéptica"

La farola se enciende de repente para sorprender a los amantes.

                                            
Farola. Bombilla sacando pecho, lámpara con delirios de grandeza acostumbrada a mirarnos por encima del hombro.


Imágenes: Marcel Bovis y Willy Ronis

jueves, 23 de febrero de 2012

Gulliver ataca de nuevo



Quienes conocemos a José María Cumbreño desde hace tiempo, albergamos pocas dudas acerca de que es un “enfermo” de la literatura, aunque acaso sería más exacto decir de la poesía, que, como todo el mundo sabe, no es exactamente un género literario.

Muestras de su buen quehacer las encontramos ya desde su primer libro, Las ciudades de la llanura, hasta el último publicado hasta ahora, la antología La parte por el todo. Entre medias, títulos como De los espacios cerrados, Diccionario de dudas, Límites y progresiones, Retórica para zurdos o Genealogías, donde, aparte de poesía, nos encontramos también con el ensayo y el diario.

Durante unos años desarrolló una estupenda labor en Littera libros, dando a la imprenta obras de autores como Andoni Sarriegui, Elena Román, Manuel Arduino, Luis Manuel Pérez-Boitel o Diego Grillo Trubba, autores algunos de ellos completamente desconocidos para el lector español hasta ese momento.

De un tiempo a esta parte, llevado por el síntoma editor de esa “enfermedad” a la que antes aludía, puso en marcha, por su cuenta y riesgo, Ediciones Liliputienses, en cuya colección “La biblioteca de Gulliver” está hallando acomodo una magnífica muestra de la poesía que se está haciendo actualmente al otro lado del charco.

Esta tarde, a las 20:00 h., se presentarán en Cabeza de Ratón (C/ Sergio Sánchez, 6, Cáceres) los números cuatro, cinco, seis y siete de dicha “Biblioteca”.

Atención señoras y señores, ladys and gentlemans, damen und herren: por orden de aparición, con todos ustedes, Lugares prácticos/Caracteres, de Emilio J. Lafferranderie, Última noche, de Gladys González, Punctum, de Martín Gambarotta y Postales, de Frank Báez.
Uruguay, Chile, Argentina y República Dominicana, de una tacada.

La tirada es de tan sólo cincuenta ejemplares.
Daos prisa en haceros con ellos y no os perdáis el espectáculo.
No digáis que no os he avisado.




miércoles, 22 de febrero de 2012

Campos Pámpano vuelve a Salamanca


Hoy, a las 19:00 horas, en el Aula Magna del Palacio de Anaya de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Salamanca, se presenta la antología de Ángel Campos Pámpano, Cercano a lo que importa, publicada por la Diputación de Salamanca.

En Salamanca cursó Ángel sus estudios de Filología Hispánica y allí, en compañía de otro de sus grandes amigos y también magnífico poeta, Aníbal Núñez, dio comienzo a su labor como poeta y participó en la fundación, como punto de partida de su extraordinaria labor como dinamizador cultural allí por donde pasaba, la revista El Callejón del Gato.

Miguel Ángel Lama y Tomás Sánchez Santiago también eran amigos de Ángel. Amigos de verdad. La amistad no excluye el rigor en el juicio, es más, yo creo que es conditio sine qua non de ésta, por lo que esta antología, preparada por ambos, no podía estar en mejores manos. Gracias a Tomás, precisamente, se incluyen cino inéditos de su etapa como estudiante universitario.

Tampoco podía dejar de estar presente en esta ocasión, como en tantas otras, otro gran amigo suyo, Javier Fernández de Molina, autor de la ilustración de la portada del volumen.

Tres años después de la publicación por Calambur de La vida de otro modo, su poesía completa, este Cercano a lo que importa -título de unos de los poemas de La voz en espiral- nos permite recuperar de nuevo la voz poética de Ángel a quienes ya gozamos de su poesía y ojalá sirva para descubrírsela a los que aún no la conocen.

Muchas gracias a todos aquellos que la han hecho posible.

martes, 21 de febrero de 2012

Estampas de ultramar (2)


Paradisaea papua
 

La hembra no tiene nada de notable
sus plumas pasan
del blanco al beige por gradaciones suaves

Ni por todo el oro del mundo
me tomaría la molestia
de examinar al macho y cuándo llega
a toda su belleza. Prefiero a este respecto
fiarme del testimonio de los nativos fieles

Estas aves
a pesar de haber visto alguna de ellas
en cautividad
me inspiran el deseo de perseguirlas
en sus bosques natales

Pero para cazarlas, sorprenderlas,
es del todo preciso ir vestido de gris.

lunes, 20 de febrero de 2012

Mascota


Desde que era un niño, aquel hombre sacaba a su tortuga de paseo todos los días para que le diera tiempo a pensar.
El animal lo miraba de hito en hito y le metía prisa sin resultado alguno.
Ni para el uno ni para la otra.

domingo, 19 de febrero de 2012

Del gauchaje


Milonga del peón de campo

(Letra: Atahualpa Yupanqui
Música: José Razzano)

Yo nunca tuve tropillas,
siempre en montao en ajenos;
tuve un zaino que, de bueno,
ni pisaba la gramilla.
Paso una vida sencilla,
como es la del pobre peón:
madrugón tras madrugón,
con lluvia, escarcha o pamperos,
a veces me duelen fieros,
los hígados o el riñón.

Soy peón de La Estancia Vieja,
Partido de Madalena,
y aunque no valga la pena,
anote que no son quejas:
una tranquera con rejas,
un jardín grande, un chalé.
Lo recibirá un valet
que anda siempre disfrazao,
más no se asuste, cuñao,
y por mí pregúntele.

No se le ocurra explicar
que viene pa´ visitarme;
diga que viene a cobrarme
y lo han de dejar pasar.
El hombre le va a indicar
que siga los ucalitos.
Al final, está el ranchito
que han levantao estas manos.
Esa es mi casa, paisano,
¡ y ahí puede pegar el grito !

De entrada le voy a mostrar
mi mancarrón, mis dos perros,
varias espuelas de fierro
y un montón de cosas más.
Si es entendido verá
un poncho de fina trama,
y el retrato de mi mama,
en donde rezo pensando
mientras lo voy adornando
con florcitas de retama.

¿ Qué puede ofrecer un peón
que no sean sus pobrezas...?.
A veces me entra tristeza,
y otras veces, rebelión.
En más de alguna ocasión,
yo quise hacerme perdiz,
para tratar de ser feliz
en algún pago lejano.
Pero la verdad, paisano,
¡ me gusta el aire de aquí ¡


Escuchar
aquí en la voz de Alberto Merlo

sábado, 18 de febrero de 2012

Zapatos (2)


Zapatos

Nacimos el mismo día, tenemos idéntico color de piel, somos iguales hasta el último detalle, y sin embargo… ¡somos tan distintos!
Como es un cabeza hueca a él le encanta salir por ahí de jarana, que lo saquen a diario de paseo, pisotear alegremente parques, terrazas, avenidas... Y luego, claro, llega como llega, hecho un desastre, lleno de suciedad y barro, con colillas y chicles pegados a la suela (que luego no hay quien los quite) cuando no apestando a pis de gato o caca de perro.
A mí, en cambio, me gusta más quedarme tranquilito en casa, de charla con mis otros colegas, bien  a salvo de esas marranadas.
Tenemos nuestras buenas discusiones a cuenta de eso, porque siendo gemelos pareciera que siempre tengamos que ir juntos a todos lados, nos guste o no.
Podemos pasar horas porfiando sobre el asunto sin ponernos nunca de acuerdo, sin dar nuestro brazo a torcer.

Cuando estamos enfadados él mira hacia la derecha, yo hacia la izquierda.
Disputas y rencillas inútiles que quedan zanjadas de cuajo en cuanto llega ese tipo, nos calza a cada uno en su pie correspondiente y nos lleva a donde le da la real gana sin pedirnos opinión ni nada.

viernes, 17 de febrero de 2012

Magenta


Magenta
en lo infértil del llanto y su consecuencia,
en la visión primera de la mujer que amo y me ama,
en el abrazo del bailarín de tango y su cadencia misteriosa,
en la humillación de las aduanas,
en el reptar de la serpiente coral y sus colores de payaso,
en la obstinación del berilo y el iridio,
en lo primitivo del musgo y el liquen,
so el encono de la puta y la beata.

jueves, 16 de febrero de 2012

2 de gatos


Terror
He tenido un sueño terrorífico: me despertaba en mitad de la noche y, posado encima de mi pecho, había un gato observándome.

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Desconfianza
Ese empecinamiento de los gatos en pasearse altivos y condescendientes, de vivir entre ruinas, de apoderarse por las buenas de nuestro sofá, se me antoja que no es más que una muestra de desprecio hacia el resto del universo, ante el que parecen sentirse tan superiores.
Que no, que no acabo de fiarme de ellos.


miércoles, 15 de febrero de 2012

Cosecha del 59 (10)


El transformador

Nos reuníamos allí al caer la tarde, después de salir del colegio y recoger la merienda que nuestras madres tenían preparada. Estaba situado en la parte más inaccesible de la finca, en el tramo más suave de la pendiente, en un bancal que lindaba con las naves fabriles de reciente construcción, junto a un tupido follaje de laureles y arbustos cuyas inquietas ramas perfilaban arbitrarias sombras en la fachada. Era un edificio inexpresivo, una especie de torreta cúbica de cemento encalado asentado sobre una base de hormigón con gravilla dispersa alrededor, descascarillado por el paso del tiempo y agrietado por los ligeros, casi imperceptibles deslizamientos del terreno, al que se accedía por una única abertura, una sólida puerta metálica imposible de franquear. De su tejado uniforme sobresalían unos cables gruesos orientados hacia una columna de alta tensión distante doscientos o trescientos metros. Nos advertía de los riesgos de acercarnos a su perímetro, de traspasar el límite de seguridad, una señal triangular de color amarillo remachada sobre una base de hierro en la que estaba escrito en letras negras: “Peligro de muerte” sobre el dibujo de un relámpago. Aún así no nos dejábamos intimidar y allí acudíamos cada tarde a fumar nuestros primeros cigarrillos. Miguelín, el hermano pequeño de Justito, un chiquillo avispado que tenía conciencia de serlo -hablaba siempre con una sonrisa en la boca, aunque tan deprisa que resultaba difícil entenderle- aparecía de vez en cuando con un paquete de tabaco rubio, sustraído vete a saber dónde, del que nos ofrecía cigarrillos con la intención de sobornarnos para que le admitiéramos en el grupo, restringido a los muchachos que teníamos edades similares. Su hermano Justito, apocopado, triste y cegato como su padre, no oponía objeción alguna. Era yo, intentando impedir que se sumara a los encuentros clandestinos mi propio hermano, quien esgrimía los inconvenientes de que un niño estuviera en un lugar tan peligroso. La adolescencia se construye desmantelando obsesiones, propias y ajenas. Alguna vez, cansado de que espiara los planes de los mayores y bajo la contundente amenaza de pegarle, conseguí que se marchara ante la indiferencia de los demás y el enfado del propio Miguelín. Un día, cuando llegué a casa, observé una inusual agitación. Mis padres me estaban buscando angustiosamente. A Miguelín lo había atropellado un coche en la cercana carretera general y había muerto al instante. Yo me quedé mudo y pensativo, acalambrados mis músculos faciales, al enterarme. Pedía explicaciones, detalles que nadie podía ofrecerme. Miré por la ventana hacia la calle. El crepúsculo teñía de sangre las paredes del aire. Sólo unos minutos antes le había alejado de nosotros con la excusa del peligro que significaba estar tan cerca del transformador y morir electrocutado, sin saber que en mi decisión se asentaba la primera piedra de su destino. Oí en esa distancia que acorta el sentimiento de culpa un grito espantoso, vi claramente su cuerpo destrozado sobre el asfalto y en el gesto inmóvil de su rostro ensangrentado la pérfida sonrisa de la insurrección. El recuerdo es confuso, no sé si deliberadamente, y ensombrece la verdad de lo que ocurrió con un velo exculpatorio que me protege de mis cómplices, esos a los que la gelidez de la memoria nos consigue helar el corazón, pero ¿de qué se trata en realidad?, ¿de eludir mis responsabilidades o de inventarlas? Lyn Hejiniam escribe que: “Una gran parte de la infancia se pasa en una suerte de esperanza”; por eso, cuando de aquellos días han pasado tantos años, no apremia la nostalgia, sino la implícita certeza de que también el resentimiento obedece a unas pautas arbitrarias en las que los actos voluntarios queda postergados. El tiempo de la inocencia ha terminado.


Carlos Alcorta (26 de agosto)




Ilustración: Ignacio Fortún

martes, 14 de febrero de 2012

La dulce Erin - Erin Go Bragh



Para Jordi Doce y Antonio Rivero Taravillo
Un pueblo que en su enseña tiene como emblema un arpa -y no, pongo por caso, un águila de garras amenazantes, una cimitarra sangrienta, unos fusiles con bayoneta…-, un pueblo que habla “cantando por murmullos, como los bosques antiguos”*, es un pueblo destinado a perdurar.
Y a mayor abundamiento de méritos, amante testarudo y leal de la poesía (Yeats, Heaney, Kavanagh…), el whiskey (Redbreast, Tullamore Dew, Midleton…-) y la noble cerveza (Guinness, Kilkenny, Murphys…).

Brindo por él.


*Las mujeres paternas (La bella del dragón)
Álvaro Cunqueiro.


lunes, 13 de febrero de 2012

Caja de reclutas



En este país de mierda en el que malvivíamos en la época de la que hablo, un desdichado redil de miedo y pobreza, existía una cuestión que no era moco de pavo para los súbditos, que no ciudadanos, de género masculino: el Servicio Militar Obligatorio (así, con mayúsculas de las gordas, nada de bromas), “la mili” para los amigos. Una leva obligatoria en la que te jugabas el pescuezo a poco que fueras un poco lerdo o pusilánime. Pero antes de marchar al destino que te hubiera tocado en suerte, petate al hombro y los mocosos hipidos del llanto materno como fondo sonoro en la despedida, había que sufrir, para que te fueras acostumbrando a lo que te esperaba de allí en adelante, un trámite preceptivo para el que no había excusa que valiera: el examen médico.

De modo y manera que en cuanto cumplías la edad preceptiva, a tu casa llegaba una carta con remite del Gobierno Militar de turno en la que ya desde las primeras líneas, y con una prosa escueta y cortante, casi de bayoneta calada, se te conminaba de manera taxativa a presentarte sin excusa que valiera en tal lugar, en tal día, a tal hora. Y allá que te ibas, a ver qué ibas a hacer si no a menos que tuvieras vocación de prófugo. ¡Joder, es que leías la cartita de los cojones y casi te ponías en posición de firmes!
Después de mirarnos los ojos, escudriñarnos la cerilla de los oídos, inspeccionarnos la dentadura como a ganado en feria, auscultarnos el resuello de los pulmones, escucharnos el reloj del corazón y tocarnos los huevos (literalmente: el médico te ponía dos dedos, índice y corazón, creo, en la parte baja de los testículos y te ordenaba toser con fuerza; y era capitán, conque a ver quién era el guapo que se negaba) en busca y captura de alguna hernia camuflada, pasábamos a poder del medidor de altura. Por cierto, que entre exploración y exploración, entre tocamiento y tocamiento de pelotas, aquel galeno mílite y guarro no se lavaba las manos.

El medidor de altura que me tocó en suerte cuando llegó el amargo momento (hablo del fulano que lo manejaba y no del aparato en sí, cuya denominación técnica nunca he sabido a ciencia cierta) y encargado también de la báscula, era un tipo alto, hosco, flaquísimo, que fumaba Peninsulares sin parar. En todo el tiempo que pasé allí nunca lo vi sin el pitillo en la boca, encendía uno con otro de manera regular, a un ritmo constante. Quizás lo hacía para que en aquella sala llena de humo y acres olores corporales (casi da miedo pensar en cuántos reemplazos de reclutas habrían pasado por sus manos en tan desolador escenario) nos resultara más sencillo el trámite humillante de la tos y acelerar el proceso en lo posible. El de los galones también secundaba con entusiasmo al ayudante civil en lo de encender un cigarrillo tras otro sin descanso: parecían accionistas de la Tabacalera demostrando las bondades del producto.

En las cerca de cuatro horas que permanecimos atrapados en la encerrona, aquel tipo no cruzó palabra con los pacientes casi desnudos con el hatillo de la ropa y los zapatos en una banqueta metálica corrida a nuestras espaldas, se limitaba a leer con un descorazonador hastío los nombres de una lista. Cuando escuchabas el tuyo y asentías al llamado (había que responder ¡presente! con tono marcial al oír tu nombre aunque la verdad es que apenas nos salía la voz del cuerpo), con un leve movimiento de cabeza te sacaba de la fila y te indicaba el camino de la báscula. Por orden alfabético y sin rechistar, como ovejas modorras camino del matadero, acudíamos dóciles uno tras otro para proceder al espinoso asunto. Y aunque íbamos en calzoncillos, un impulso reflejo y pudoroso nos impelía a cruzar las manos a la altura de la entrepierna con el de fin de tapar, siquiera fuera malamente, nuestras vergüenzas delanteras. Que tampoco es que hubiera mucho que tapar, dicho sea de paso.

Solventada la cuestión del peso, con un somero empujón en el hombro el subalterno te señalaba la dirección del medidor. En la columna correspondiente a los datos personales de cada cual, acaso por una peculiar venganza contra su miseria de carnes, aquel tipo cadavérico siempre anotaba algunos gramos, algún kilo de más. El dato de la altura, en cambio, casi siempre la registraba correctamente. Y digo casi, porque en los casos dudosos tiraba para casa como los árbitros cobardes: si a alguno le faltaba ese centímetro milagroso que le hubiera permitido escapar de la leva por corto de talla (brillante eufemismo castrense para no llamarte enano directamente), se lo añadía sin mayor problema ni remordimiento de conciencia. Todo por la Patria. Existían otros especiales conceptos, establecidos vaya usted a saber en base a qué arcanos misteriosos, a qué jerárquico capricho, que permitían esquivar legalmente el alistamiento: estrecho de pecho, pies planos (¿o eran cavos?), corto de vista, hijo de viuda... (Si sería una putada la mili, que se contaba de alguno que estuvo a punto de apiolar al padre para acceder a la condición de huérfano y así librarse de la quema. Al parecer no consiguió su propósito por bien poco).

Para lograr el dato de la altura, una vez te tenía colocado en el sitio, bien firme y erguido con la espalda apoyada en la barra vertical, el tipo aquel, en vez de deslizar suavemente la parte móvil y perpendicular del aparato, gracias a su ventaja de estatura y escenario la situaba a una buena distancia de la cabeza y, acto seguido, la dejaba caer de golpe sobre ella. Cuando terminaba con cada uno de nosotros, se acercaba a la mesa y en un grueso libro de registros que ya en febrero proclamaba a las claras su fatiga y deterioro (el lomo bien resobado, las hojas pringosas de heridas de guerra, manchurrones de tinta y de ceniza aquí y allá condecorando las páginas…) iba rellenaando con parsimonia la ficha de los reclutados a la fuerza: nombre, edad, peso, estatura, color de pelo y ojos, las posibles cicatrices o lunares… Fulanito, 1,67, 73 kilos. Menganito, 1,77, 89 kilos. Zutanito, 1,70, 76 kilos. Elías Moro, 1,93, 90 kilos. ¡90 kilos, apuntó el tío sin que le temblara el pulso ante la prevaricación manifiesta! Con un par. Mentira grande y gorda porque yo no he pasado de los 85 en mi vida. Y fue, por cierto, estando ya en el cuartel. Había un vecino del barrio destinado en la cocina que, a mis espaldas y en comandita con mi madre (que le pasaba unas perrillas bajo cuerda todos los meses, esto lo supe después), suplementaba mi rancho, prefiero no saber con qué, como quien no quiere la cosa. ¡Si eché hasta barriga!
Oficialmente, salías de allí un poco más gordo o más alto, con un chichón en la cabeza, y la desasosegante sensación de haber sido humillado de manera gratuita en el primer trato forzoso con la milicia y sus menestrales de retaguardia.

Podías jugártela esperando a que te tocara la lotería y salieras excedente de cupo, pero ya sólo faltaba que el bombo te fuera esquivo y en el sorteo de destinos te cayeran en suerte los Cazadores de Montaña de Jaca (¡Hostias, qué frío!) o, casi peor, en los Regulares de Melilla (¡Joder, qué calor!) para completar la putada a base de bien. Para evitar la jugarreta de las bolitas al azar (menudo cabrón, el azar, siempre sacudiendo estopa a los mismos desgraciados), yo me fui voluntario al Ejército del Aire, también llamado en el argot guerrero Arma de Aviación. ¿Y por qué a la Aviación y no a la Marina o a los paracaidistas, por ejemplo? No sé muy bien, acaso por una cuestión de estética: me gustaba el uniforme azul, tanto el de faena como el de paseo, con el gorro plegable que podías colocarte en la trabilla de la hombrera y los guantes blancos de tela. Desde luego, de los tres ejércitos, era el más elegante y vistoso, dónde va a parar. Me tocó en Torrejón, en el Ala 12. Para más señas, en la PM (léase Policía Militar).


El emblema del escuadrón de cazas de combate que allí tenía su base de operaciones consistía en la caricatura de un gato intentando parecer feroz y amenazante cuando no pasaba, y esto tirando por lo alto, de cabreado, que parecía que le hubieran pisado la cola al minino, con la estúpida leyenda de “No le busques tres pies” inscrita debajo de los bigotones y los colmillos asomando por las fauces abiertas. Como si eso fuera a acojonar a alguien. Menudo Einstein el del eslogan.

Hasta que me dieron “la blanca” (quince meses me costó la bromita patriótica) y me mandaron para casa con una palmadita en el hombro como pago por el deber cumplido, me chupé casi cien guardias entre el control de entrada y la vigilancia perimetral de la base, amén de cuatro o cinco desfiles de gala y algunas decenas de imaginarias.

Me escaqueé todo lo que pude, claro. 


No veía la hora de acabar con todo aquello.

domingo, 12 de febrero de 2012

Alta tensión



El negocio se me iba a pique.

Me había roto varios candaos, me había envenenao tres perros, me había reventao la puerta del almacén ni se sabe las veces.

Todo el mundo sabía quién era el culpable porque él no se recataba en irlo pregonando por ahí casi a voz en grito, fanfarroneando ante quien quisiera escucharle que no había valla, puerta o candado que se le resistiera.

La verdad, era bastante humillante tener que tragarse ese sapo un día sí y otro también.

Hasta que un cuñao mu aparente que tengo le hizo un apaño a la alambrada.

Nada, una tontería, un poquino de electricidad de más.

sábado, 11 de febrero de 2012

Poesía primitiva (1)


Palabras mágicas
(Esquimales)

En los primeros tiempos, al inicio de todo,
cuando los hombres y animales vivían juntos en la tierra,
una persona podía convertirse en animal si quería
y un animal podía convertirse en persona.
A veces eran hombres,
a veces animales.
Lo uno valía tanto como lo otro.

Todos hablaban la misma lengua.
En aquel tiempo las palabras eran magia.
La mente humana poseía poderes misteriosos
y una palabra pronunciada a tiempo
podía tener extrañas consecuencias:
podía de improviso dar vida
y lo que el hombre quería lo tenía.
Bastaba con decirlo.

Nadie puede explicarlo;
pero así era.

(De Raíz de fresno infeliz -Dip. de Málaga, 2009.
Edición de Martín López-Vega)

Imagen: Margaret Baurke-White