domingo, 30 de septiembre de 2012

Las series de la tele


Gracias a las series de la tele, en aquel sótano insalubre llamado España* nuestra vida de infantes pobres era menos triste y ramplona, menos miserable y dura, más llevadera. ¡Cómo molaban, joder! Me es imposible olvidar, por ejemplo, la de El fugitivo, con aquel manco cabrón del brazo ortopédico y gabardina guarra, malo malísimo puteándole la vida al bueno del doctor Kimble que no paraba de huir por todo el país levantando las sospechas del sheriff paleto del condado de turno en cada episodio, esquivando con suerte y astucia (y la complicidad a veces de alguna atractiva granjera) todos los intentos del FBI por capturarlo mientras intentaba demostrar su inocencia en el asesinato de su mujer y atrapar al verdadero criminal, un auténtico cerdo. Ojito con los mancos: así, a bote pronto, pueden dar pena, pero yo no me fiaría mucho.
O Bonanza, que ya desde el principio, desde los títulos de crédito con el mapa del rancho “La Ponderosa” (al sur de Carson City y ribereño del lago Tahoe donde, por cierto, Michael Corleone hace matar a su hermano Fredo en la segunda peli de la saga de El Padrino) ardiendo en la pantalla y toda la familia cabalgando al ritmo de la pegadiza musiquilla (que yo siempre pensé de banjo, aunque ya sé que no lo era) con un horizonte montañoso de fondo, nos ponía en situación de aventura y con los dientes largos. A ver qué les pasa hoy al bueno de Ben Cartwright y sus tres chicarrones; los cuales, dicho sea de paso y sin malsana intención por mi parte, que conste, no eran hermanos hermanos, sino hermanastros. Y cada uno hijo de una madre diferente. ¡Qué espabilao el Ben, menudo donjuán, qué capacidad seductora y de reproducción! Con la pinta de santurrón que tenía. No, si con razón dice el dicho que las apariencias engañan. O que en la variedad está el gusto. O, y nunca mejor traído que en este caso aunque sea metafóricamente, donde pongo el ojo, pongo la bala. En fin, no sigo, creo que queda más claro que el agua.
Salía también (así lo recuerdo al menos, aunque puede que la memoria, esa mentirosa cochina, me juegue una mala pasada) un cocinero chino que era la hostia, blanco de las bromas constantes de los mozos y con un perpetuo cabreo a cuestas. Cuando estaba la comida preparada, tocaba como un poseso el triángulo metálico que colgaba en el porche para anunciar la pitanza y los cuatro machotes dejaban al punto la faena que tuvieran entre manos (limpiar el granero, domar un potro o una yegua particularmente cerril, engrasar la carreta, marcar una res...) y acudían al reclamo del guiso salivando como perros de Pavlov tras la descarga, cual toretes encelados en el capote, tal que lobos hambrientos a redil de corderos afilando las mandíbulas por el camino.
Ninguna mujer en el rancho enredando ni malmetiendo con caprichos o manías. Se conoce que el patriarca de la finca había escarmentado de sus líos de faldas.
O Viaje al fondo del mar, con las burbujitas falsas en el agua y aquel submarino de pega, más falso que un billete de tres dólares, cuya silueta en contraluz hacia la superficie semejaba un rape gigante y donde no había capítulo en que la tripulación al completo no las pasara canutas con insólitos percances.  
¡Carguen torpedos! ¡Arriba el periscopio! ¡Inmersión, inmersión! ¡Cierren escotillas! ¡Paren máquinas! Las perentorias órdenes del almirante Nelson (aquí no se quebraron mucho la cabeza con el nombre los guionistas), que eran dictadas inevitablemente en algún momento de todos los episodios para ver de atajar los peligros en los que el submarino y su tropa de machotes se veían envueltos de continuo, se convirtieron, por mor de nuestras ansias fantasiosas y aventureras, en una especie de claves obligadas y necesarias para la tropa de zarrapastrosos que formábamos los alevines de la calle Najarra. (Abro paréntesis: siempre me he preguntado qué coño hacía todo un almirante dentro de un submarino. Cierro paréntesis).
Durante un tiempo inconcreto, aquellos imperiosos mandatos navales que había que acatar a toda leche y sin rechistar bajo amenaza de arresto en calabozo o de consejo de guerra fueron, nuestra manera habitual de comunicarnos. Y cada uno tenía su función concreta, no creáis que los soltábamos así porque sí, aquello no era para tomárselo a broma. Ni mucho menos.
¡Arriba el periscopio!, por ejemplo, se convirtió en el santo y seña para el encuentro cotidiano de nuestra pandilla a la hora de la merienda y ver qué trastada se nos ocurría para pasar la tarde lo mejor posible.
¡Carguen torpedos! lo usábamos como munición de apoyo moral al entrar en batalla con los tarados de las otras calles, algo que sucedía casi a diario porque siempre había alguna revancha pendiente, alguna venganza a medias, alguna ofensa que reparar tanto por parte de unos como de otros. Aunque en realidad daban igual los motivos: el caso era zurrarse la badana con cualquier excusa y no perder tan sana costumbre.
¡Inmersión, inmersión! equivalía al toque de retirada del Séptimo de Caballería ante el acoso y las acometidas de los feroces pieles rojas cuando las cosas se ponían feas a la hora de huir (preferíamos denominar a esto “reunión táctica en la retaguardia” porque huir era de cobardes y nosotros éramos valientes que te cagas) si no queríamos terminar descalabrados malamente en la escaramuza o dejando atrás algún prisionero que a saber qué espantosos suplicios no sufriría a manos de aquellos desalmados que osaban plantarnos cara un día sí y otro también.
¡Cierren escotillas o paren máquinas!, en fin, era como el the end que ponía el telón a las hostilidades cotidianas y nos servía también como despedida hasta el día siguiente mientras cada uno se iba para su casa bien lamiéndose las heridas, bien saboreando una efímera victoria, bien urdiendo y rumiando alguna brillante añagaza, que a la postre seguro que no lo sería tanto, para futuras escaramuzas.
Y qué decir de Maxwell Smart, el Superagente 86 y su torpeza legendaria. ¡Qué fulano, madre mía! Era como una mezcla delirante entre Mortadelo y Filemón, El inspector Clouseau y Anacleto, agente secreto. Aunque siempre acababa con bien sus demenciales misiones. Y más por casualidad que gracias a su pericia porque era un inepto de campeonato, torpe como un cerrojo. (Abro paréntesis: ¿Por qué se dirá esto? ¿Qué culpa tendrán los humildes cerrojos de la incompetencia y/o burricie de nadie? Cierro paréntesis). 
Nos partíamos el culo de la risa cuando las puertas del ascensor le pillaban la nariz al cerrarse. O cuando se quitaba el zapato para llamar a la central con el teléfono cutre que ocultaba en el tacón: parecía el primo tonto del pueblo de 007. ¡Y lo requetebuenísima que estaba su mujer, la Agente 99! Nos gustaba a rabiar. Alguna pajilla en corro, cada cual imaginando lo suyo, nos hicimos a la salud de sus turgencias, el Señor, en su infinita bondad, se las haya conservado con tales firmeza y donaire para gozo también de generaciones futuras. Los dos, 86 y 99, a sueldo de CONTROL, una agencia de espionaje que combatía sin desmayo contra los siniestros agentes de CAOS, tanto o más inútiles que aquéllos y trasunto ficticio y chabacano ambas de las muy reales CIA y KGB. Para entrar en su sede, en verdad un búnker camuflado en el subsuelo de un impersonal edificio de oficinas, los agentes tenían que atravesar un largo pasillo lleno de puertas automáticas siguiendo una línea roja pintada en el suelo (no se fueran a perder) hasta llegar a una cabina telefónica que resultaba ser un ascensor: echaban la moneda, marcaban un número, se supone que en clave, y hala, ascensor pitando para abajo, a ver qué rocambolesca misión toca hoy.
¡Ah, la Guerra Fría y sus misterios, el Telón de Acero y sus enigmas, el espionaje y sus absurdos cachivaches, qué tiempos aquellos! Creo que me estoy poniendo sentimental.
Luego estaban aquellas otras series donde los animales eran los protagonistas absolutos, las estrellas de la función, los cabezas de cartel, los putos amos del cotarro, por así decir. Pero éstas, que a las chicas les encantaban porque les tocaba la fibra tierna y llorica, y que aunque camufladas como de aventuras eran ñoñas y lacrimógenas hasta el vómito, figuraban en el escalón más ínfimo y rastrero de nuestras preferencias televisivas: el delfín Flipper, los perros Rin-tin-tín y Lassie, el caballo Furia, el canguro Skippy… Unos espantos. Antes preferíamos ver los anuncios, no os digo más. Ni bajo la más horripilante de las torturas hubiéramos confesado delante de los demás que nos gustaba siquiera un poco alguna de ellas, alguno de ellos. Nosotros éramos unos machotes, aquellas series eran una mierda pinchá en un palo, y no había más que hablar. De sandalias y pantalón corto, vale; descalabrados las más de las veces y con algún moco gelatinoso asomando por la napia, vale también, pero arrojados como el que más y dispuestos a liarnos a mamporros y partirnos la cara con el primero que lo pusiera en duda o nos tocara las narices. Y las series de los animalitos repipis nos parecían una mariconada, pero de las gordas.
Todos tan listos, tan correctos, tan inteligentes y encantadores que parecían haberse doctorado cum laude en Oxford o Harvard, tan cursis y relamidos que apenas les faltaba tirarse pedos en colores o besar la mano a las damas, genuflexión mediante. O largar algún sesudo discurso acerca de los beneficios inherentes a nuestras personas por la observancia a rajatabla de la moralidad, la higiene coporal y las buenas costumbres. Pero se hacían entender tan bien con sus cucamonas y pamemas que ni siquiera les hacía falta hablar.
Empalagosos a más no poder los animalitos sabihondos y sus camaradas de reparto, siempre tan limpitos y repeinados, tan redichos y dóciles, tan buena gente y tal.
Daban ganas de vomitar.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Corneta


Corneta. Fabricado de metal retorcido a semejanza de la mente de su hacedor primero, instrumento concebido para atemorizar, y aun aterrorizar, a la concurrencia en cuanto el ejecutante, dándoselas de virtuoso, posa sus labios en él y sopla.
Tiene un hermano pequeño, de uso común en la milicia, llamado cornetín de órdenes, quintaesencia del sonido más desagradable y fastidioso, sobre todo en el llamado “toque de diana”, una putada de las gordas para los quintos.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Sicópata


Acudía todos los días al mercado no con la sana intención de proveerse de alimentos, sino con la de nutrir y saciar en lo posible su extraño desvarío de contemplar, lujurioso y ávido, y a saber con qué secretas y enfermizas intenciones, cadáveres de animales.

jueves, 27 de septiembre de 2012

"Cariñena"



Hoy, a las 20:00 h, en la sala María Pilar Sinués del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza -Pza. Basilio Paraíso, 4- se presenta "Cariñena", la última novela de Antón Castro, editada por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen del vino con el mismo nombre.
En el texto de contraportada os podéis hacer una idea de por dónde van los "tragos": 

“Percibí el latido de la tierra y la cavernosa respiración de sus guijarros. Tuve la sensación de que allá dentro había una corriente de voces y de ecos, un estremecimiento de nervios, de raíces y bestias. Un alarido. O el diálogo secreto de las viñas”, dice el joven de diecinueve años que viene de lejos y que protagoniza esta novela sobre el primer empleo, la espera y la fascinación que despierta la vendimia. Este es una narración sobre la educación sentimental en una España convulsa, durante diez días de octubre de 1978. Todo era incierto: la democracia, el amor, el sexo, la política, la familia o la elección de un oficio para sobrevivir. La novela ahonda en la importancia de la cultura: el rock y la canción de autor, el cine y la literatura, especialmente la poesía. ‘Cariñena’ es, ante todo, un libro sobre la amistad, la memoria y el recuento de personajes que sienten los viñedos como “un paraíso de olores y de sombra”.

José Luis Melero, bibliófilo y escritor, o al revés -tanto monta- y que está a punto de publicar "Escritores y escrituras" en Xordica Editorial, oficiará de maestro de ceremonias.
Al final del acto, y como no podía ser menos, degustación de vinos de Cariñena en el Café del Sur, en el Paseo Sagasta. Vinos de los que puedo dar fe de su exquisitez.

Suerte, amigos.

Brindo por vosotros.


Foto Antón: Vicente Almazán

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Bailarín


Para Carmen y Charly, que me enseñaron el ritmo.
Mientras dábamos vueltas por la pista al ritmo de la música (de un tiempo a esta parte -ver para creer- me he convertido en un aceptable bailarín de salsa, de cha-cha-chá, me gusta pensar que incluso de tango), el tío aquel no dejaba de empujarme, de pisarme, de meterme los codos en las costillas para hacerse sitio en el bailongo con su pareja.
O simplemente por joder, que vaya usted a saber cuáles fueran sus motivos. Hay gente así, no se crea.
Le avisé un par de veces de su invasión de mi espacio, de su molesta torpeza, que tuviera cuidado con sus extremidades y, sobre todo, con las mías.
Como quien le habla a una pared. Como quien oye llover o barrunta un sordo repique de campanas a lo lejos.
Comprenderá usted que no le avisará más y que no tuve más remedio: de modo que aprovechando el último golpe de timbal de la melodía y el berrido final del cantante, lo estampé con disimulo y como sin querer, pero con el ímpetu necesario a mi propósito, contra el filo de acero de la barra.
Puso la pista perdidita de sangre y masa encefálica.

martes, 25 de septiembre de 2012

Árboles



Hoy me ha dado por pensar en árboles, en esos árboles míticos y extraños que seguramente nunca podré ver en su medio natural: baobabs, secuoyas, palosantos, jacarandás, ombúes…
Pensar en árboles: hermosa ocupación.
Y aunque sólo fuera por ese pensamiento, el día ya habría merecido la pena.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Hablar con extraños (6)


17 El terrorismo no es una doctrina sino un recurso bélico como la guerra de guerrillas o la guerrilla urbana. No confundir: entre terrorismo y contraterrorismo no hay propiamente una dialéctica sino una mecánica. ¿En dónde se sitúa entonces el antagonismo de las ideas o su verdadera dialéctica? Eso es lo que hay que observar. Para mí la idea que representa Bush y la que representa Bin Laden son tan peligrosas y repugnantes la una como la otra. E igual de macabras o patéticas la idea de estado español y la de estado vasco, dos nacionalismos anticuados e igual de asquerosos.
(En Alzira, Valencia, el 20 de septiembre de 2001)

18 Mi padre perdió dos dedos de su mano derecha; yo, tres de mi mano izquierda. Esta carpintería progresa.
(En Alzira, un carpintero diligente y de corta estatura)

19 Hablo mal porque me falta el cielo del paladar. Mi padre  y mi abuelo paterno eran sifilíticos pero hablaban bien en público. Más o menos como usted, don Ernesto.
(Durante una conferencia de Ernesto Sábato en el Jockey Club de Córdoba, Argentina)

domingo, 23 de septiembre de 2012

Podar


He escrito un cuento. Ahora sólo me resta encontrarlo debajo de tanta palabra.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Escribir



“Enhebrar una aguja con los ojos cerrados.”
José María Cumbreño


viernes, 21 de septiembre de 2012

Ictiología


El grito mudo y feroz de los peces del abismo.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Del alcohol y sus efectos


Oído en la tele
“El alcohol es malo, de acuerdo; pero más malo es el agua, que si te falta, te mueres.”

* * * * *

Sobriedad. Desasosegante estado intermedio entre dos borracheras. La buena noticia es que tiene una fácil y poco gravosa cura.

* * * * *

Divisa del dipsómano
“El que no bebe, no vive.”

miércoles, 19 de septiembre de 2012

En la barra (2)


No había manera de pillarle en un renuncio, ni despistado, ni con la guardia baja.
Entre la cuadrilla de asiduos al vermú y las aceitunas machacás, existía una conjura -y una jugosa “porra”, basada en la fecha del día de autos- para ver quién era capaz de colarle alguno de esos chascarrillos que tanto contribuyen al regocijo de los ociosos junto a la barra de un bar.
-Veréis, veréis -decía algún incauto todos los días-, hoy le pillo: -¿Qué hora es, Manolo? -le preguntaba al sujeto, sabiendo todos que eran las cinco.
Se esperaba la respuesta como agua de mayo para espetarle de corrido, y a coro jocoso, el famoso pareado.
Y el tío, cachazudo y sereno, con cierta sorna, respondía: -Entre las cuatro y las seis.
Luego, apuraba su café y se largaba dejándonos con una cara de imbéciles que pa qué.
Y seguramente lo éramos, porque al día siguiente, y al otro, y al de más allá (la estupidez humana no conoce límites), se producía la misma y porfiada pantomima.
Con distintos concursantes pero idéntico resultado.
Allí, bien se ve, el único que disfrutaba con aquella bufonada chusca era él.

martes, 18 de septiembre de 2012

Con Labordeta


Si hoy estuviera en Zaragoza, no se me ocurriría mejor plan que el de asistir al acto en recuerdo a José Antonio Labordeta, quien hace dos años nos dejó a todos un poco huérfanos. Tendría así, de paso, la oportunidad de estar junto a grandes amigos cuya compañía añoro de continuo y compartir junto a ellos nuestro fervor por una persona buena. Buena en el sentido que quería Machado en su famoso poema.

Organizado por la Sociedad Cultural Aladrada, en el Teatro Principal estarán  buena parte de sus amigos rindiendo homenaje a una persona buena, alrededor de un librodisco -M´aganaría- recopilatorio de buena parte de la actividad diversa que desempeñó sin apenas descanso este aragonés universal durante toda su vida: su faceta de cantautor, de profesor, de escritor, de político... están presentes en el citado librodisco.

Antón Castro, aquí, lo explica mucho mejor que yo.

Imagen: Carlos Miralles

Un regalo desde Cáceres


¿Cómo olvidar el día en que conocí a Isabel? Fue uno de esos días ambiguos donde los sentimientos de alegría y tristeza caminan de la mano sin desentonar. En la Biblioteca de Extremadura, y unos meses después de su prematura muerte, se presentaba la antología póstuma de mi queridísimo y añorado amigo y maestro Ángel Campos Pámpano, La vida de otro modo; Isabel se acercó a mí después del acto y me preguntó: “¿Tú eres Elías Moro? Tenía muchas ganas de conocerte. Miguel Ángel Lama me ha hablado muy bien de ti. Me gusta mucho lo que escribes”.
No recuerdo mis palabras de respuesta, palabras que seguramente no estarían a la altura de lo dicho por ella, pero a partir de aquel momento nuestro trato no ha dejado de crecer en afecto y cariño.
Isabel es una mujer extraordinaria: madre, profesora universitaria especialista en la obra de Galdós, amiga de sus amigos, viajera elegante y bella… En el tiempo transcurrido desde que nos conocemos no ha dejado de tocarme el corazón con sus detalles (una llamada telefónica, un correo, un recuerdo de sus viajes, un elogio desmedido a lo que uno hace mal que bien en el terreno literario…).
Lo último ha sido la imagen que ilustra esta entrada y con la que ha sabido condensar de modo perfecto dos de mis pasiones: los libros y el tango, el tango y los libros.

Gracias de nuevo, Isabel. No se me ocurre otra cosa para demostrarte mi cariño.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Xilófono


Xilofóno. Conjunto de varillas de madera o metal temblando ante la que se les viene encima en cuanto barruntan que se acerca hacia ellas un sujeto, incluso de género femenino, blandiendo como si nada dos palitroques rematados en un mazo redondo con vaya usted a saber qué malignas intenciones.
Cuando los tales palitroques entran en contacto (aunque yo hablaría más bien de colisión) con las citadas varillas, este aterrador instrumento emite (aunque yo hablaría, también más bien, de que expulsa) unos muy desagradables sonidos que pueden causar severas y crónicas lesiones en el aparato auditivo, e incluso inducir al suicidio, de quienes sufren semejante tormento.
O al asesinato in situ y sin piedad del ejecutor de la murga.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Planes e inteligencia


“Todo el mundo tiene un plan hasta que recibe la primera hostia”.
Mike Tyson

* * * * *


“La prueba de que hay vida inteligente fuera de la Tierra es que nunca han venido a visitarnos”.
Sigmund Freud


viernes, 14 de septiembre de 2012

2 "morerías" con animales


El caballito de mar anda en busca de un safoxonista.

* * * * *

El león hace tiempo que tendría que haber ido a la peluquería.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Clásico


En esto de apiolar al prójimo, yo me considero un clásico, un guardián de la tradición, casi un romántico.
Un buen nudo, una rama aparente, un bonito atardecer…
Y ver cómo se balancea el finado al extremo de la soga mientras dulcemente cae la noche.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Poema inédito desde Varsovia


Recibo un correo desde Varsovia de mi querida amiga Yolanda Soler Onís con el regalo de ese poema inédito del título. Me lo envió ayer, 11 de septiembre, aniversario del golpe de estado de Pinochet contra la legalidad chilena. El Estadio Nacional de Santiago de Chile se convirtió entonces en un símbolo de la crueldad y la muerte.
Según me comenta en su carta, este otro estadio del poema (Stadion Narodowy) fue construído en los humedales del Vístula, rellenados con los "escombros" del ghetto de Varsovia; todo tipo de restos salieron a la luz cuando excavaron para cimentar.

La maldición de los estadios

                                                           a Rodrigo Rojas Mackenzie

Un estadio florece en rojo y blanco
en lo que otrora fueran humedales
hincando sus cimientos como lirio
                     extraño
entre los escombros del ghetto

Es once de septiembre a orillas del Vístula
donde tan solo el cielo permanece

Bajo la ciudad recreada
escasos son los que descansan
en la paz del cementerio

Yolanda Soler Onís

martes, 11 de septiembre de 2012

Apreciaciones


Se quedó corto el gran satírico irlandés en su famosa apreciación, “No hay nada, por extravagante e irracional que pueda resultar, que no haya sido defendido como verdad por algunos filósofos”,* al dejar fuera de la misma a las castas de los picapleitos, los eclesiásticos y los políticos.
*Jonathan Swift

* * * * *

 
Saludas a veces a alguien, estrechas su mano, y no puedes evitar la sensación de estar tocando un billete falso, un pez muerto.
Y lo grave es que te acostumbras, que no la retiras, que no vas a lavártelas inmediatamente con un poquito de lejía y jabón.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Cebra fantasma


Con algo de niebla marina y unas cuantas ramas de nogal nace la cebra fantasma: en los ojos espuma fría, y en las entrañas barro deshecho de las marismas. Pasta cerca de las playas, dejando un rastro de humedad. Dada su proverbial timidez, son pocos los que han conseguido verla, y de ellos menos aún sabrían describirla con precisión, pues es frágil y evanescente como el aire. Su esperanza de vida es corta: al poco tiempo entra de nuevo en la niebla que le dio cuerpo y se disuelve en ella, dejando sobre la hierba un haz de leña que los pescadores utilizan para calentarse. De noche, encienden hogueras y se envuelven en mantas, y es entonces cuando, proyectada contra la espiral de humo, se dibuja por un instante la silueta de una cebra, un fantasma inquietante que duda y tiembla -pero es el humo- antes de desvanecerse para siempre en el aire y la noche circundante. 

Jordi Doce

domingo, 9 de septiembre de 2012

Atracón


Hemos pasado de golpe, casi de un día para otro, de tener un hambre atrasada y secular a estar ahítos y empachados. De todo.
Hemos engullido sin saborear, hemos masticado sin desmayo ni medida, hemos devorado con saña. También de todo. Hasta lo aparentemente incomestible.
Y ahora nos quejamos como mocosos y nos lamentamos como plañideras porque nos duelen la tripita o las muelas o tenemos un poco de fiebre o diarrea.
Bien merecido nos lo tenemos. Por ansiosos.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Adiós, Cristóbal, adiós


Como de tantas otras cosas, a través del blog de Antón Castro acabo de enterarme de la muerte de Cristóbal Serra, uno de esos “raros” necesarios que, sumidos en su rincón, van destilando una literatura que no hace más que subir de valor según transcurre el tiempo.
Supe de él y de su obra -callada, tenaz- hace ya unos quince años gracias al entusiasmo de un amigo. Conseguí algunos de sus libros (Ars Quimérica, Efigies, Nótulas, Las líneas de mi vida…) y la lectura de todos ellos hizo que no tuviera más remedio que darle la razón a mi amigo, que, por otra parte, casi siempre la tiene cuando me recomienda algo.
Esos pocos volúmenes ocupan un pequeño hueco en mi biblioteca, pero no, desde luego, de los menos importantes y queridos.

Ya no podré enviarle esa carta que aún estoy escribiendo en mi mente y que nunca me atreví a llevar al papel para que sus manos la acogiesen.

Mis terrores

   A mí, morder la pulpa del membrillo, entre acidulenta y correosa, me produce siempre una especial dentera. Apenas he hincado el diente, la abandono, porque, además, la temo. Me da espanto su enorme poder astringente y su sabor paradisíaco me aterroriza, pues, me parece que, por ser algo fuera de lo terreno, me está vedado.
   Lo que admiro del membrillo es su acidez sin fondo, que ni azúcares ni mieles logran disipar. Hay acideces que no se palían y ésta del membrillo es una de ellas. Además, nada menos empalagoso que el membrillo: te deja la boca más limpia y menos áspera que la azarola.
   Hay escritores que tienen de membrillo y de azarola y en éstos la fragancia jamás es empalagosa.

(De "Diario de Signos". En Ars Quimérica, Bitzoc, 1996)

viernes, 7 de septiembre de 2012

Lo tuyo es puro teatro


Aquella comedia era tan mala que el estreno degeneró primero en drama y después en tragedia.

Escuchar aquí a La Lupe interpretando la canción del título.

jueves, 6 de septiembre de 2012

2 greguerías encontradas por ahí


“Compro unas ramas de dátiles: entra el desierto en casa.”
(Para qué sirven los charcos, Los Libros del Oeste, 1999)

* * * * *

Lluvia
“Los días de lluvia se abren las flores negras de los paraguas.”
Juan Yanes


miércoles, 5 de septiembre de 2012

El otro


Dicen que en alguna parte del mundo existe otra persona que es nuestra viva imagen, un sosia. Cuando yo era un crío, el que a mí me corresponde vivía, para su desgracia y mi regocijo, una calle detrás de la mía. Y digo para su desgracia porque una aciaga tarde, mi madre -¡mi propia madre, tal era el parecido!- me confundió con él.                     
Sorprendido por la espalda y sin posibilidad de escapatoria ni ocasión para abrir la boca y desfacer el entuerto, se llevó unos buenos pescozones porque no le hacía ni puñetero caso mientras ella se desgañitaba llamándole (me).
Yo, oculto y a salvo de la tunda, me partía de la risa.
A partir de aquel momento, el susodicho, en una reacción exenta de toda lógica y que todavía no acierto a explicarme, dejó de dirigirme la palabra.
Como si la culpa la hubiera tenido yo, no te digo. 

martes, 4 de septiembre de 2012

Curia


Curia. Aterradora congregación de machos solteros y castos, sin estrenar ni desbravar, como quien dice.
Parece evidente que con esa perpetua desazón contra natura a cuestas, las decisiones que adopten y las acciones que emprendan disten mucho de estar regidas por la mejor disposición de ánimo o un mínimo de seso.
Aunque estos tipos saben latín, por lo que yo no me fiaría en exceso de sus untuosas maneras.
Por resumir: Semen retentum, venenum est.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Semáforo


Me acuerdo del primer semáforo que instalaron en mi barrio: un juguete inesperado ante el que pasábamos las horas hipnotizados por la cadencia perfecta de sus luces cambiantes: verde, naranja, rojo, verde, naranja, rojo…
Tres certeras pedradas acabaron con él a las pocas semanas.
Las pesquisas para encontrar a los autores no tuvieron éxito y jamás vinieron a repararlo.
Después supimos que el color naranja no era tal sino ámbar.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Charlatán


En Sevilla, aledaños de la estación del ferrocarril. Un charlatán con arte mantiene prendidos en la atención a sus palabras, con su labia festiva, con esa retórica barroca tan del sur, a un corrillo de incautos cosiendo con garbo historias sin hilazón aparente, pero que fluyen como arroyuelos hacia el cauce del río mayor donde desembocan para hacerlo crecer sin pausa. No les concede tregua ni respiro; mucho mi arma, mucho qué arte, quiyo, mucho por la gloria de Triana
Hasta los taxistas, género éste curado de todos los espantos y a los que cabría suponer pendientes de los viajeros que salen de la estación con sus maletas y son el sostén y la razón de su faena, prestan más atención al charlatán que a los posibles clientes.
Desde donde estoy, al calor de una cerveza bien fresquita, me siento un espectador de lujo del sainete, atento a no perder detalle de la comedia bufa que se desarrolla ante mis ojos entretenidos.
Al final, claro, era de esperar, todo se reducía a pasar la gorra, a dar un sablazo, a sacarles unas perrillas a aquel hatajo de ociosos a los que tuvo hipnotizados durante unos minutos con su parla de feriante. Un artista, el tío. Hasta yo estuve a punto de levantarme y contribuir con unas monedas después de aplaudir la función.
Al final, me conformé con brindar por él y su espectáculo con la segunda cerveza.