sábado, 3 de agosto de 2013

"El partido de la muerte"


En junio de 1941 Hitler, sin previa declaración de guerra y saltándose a la torera el pacto Ribbentrop-Molotov de no agresión mutua, dio la orden de invadir por sorpresa la Unión Soviética en lo que se dio en llamar "Operación Barbarroja".
En 1942, durante la ocupación nazi de Ucrania, el denominado "granero de Europa", antiguos miembros del equipo de fútbol del Dínamo de Kiev trabajaban, bajo control alemán, en la Panadería nº 3.
Los panaderos comunistas del Dínamo y algunos del Lokomotiv, el otro equipo de la ciudad, formaron el equipo Start.
El 28 de julio de ese mismo año Stalin, para fortalecer la resistencia ante los invasores, promulgó la Orden 227, orden que se resumía en el desde entonces famoso axioma "Ni un paso atrás".
Pocos días más tarde, el 6 de agosto, el Start se enfrentó a un equipo alemán, el Flakelf, compuesto por miembros de la Lutwaffe.
En el terreno de juego los ucranianos cumplieron a rajatabla el mandato de Stalin: ganaron a los ocupantes por 5-1. Nada más terminar el partido, el Flakelf exigió la revancha.
El deporte era un tema que la ideología nacionalsocialista se tomaba muy en serio. Para ilustrar este aserto, baste decir que seis años antes, después de que la selección de Noruega derrotara a la de Alemania por 0-2 en los cuartos de final de las Olimpiadas de Berlín apeándola del torneo, Joseph Goebbels, el todopoderoso ministro de Propaganda del Reich escribió en su diario: "100.000 prsonas abandonaron el estadio deprimidas. Ganar un partido puede ser más importante que conquistar algún pueblo en el Este".

El partido de la revancha se jugó el 9 de agosto en el Zenit Stadium de Kiev. El árbitro era un oficial de las SS y el equipo alemán, ante el severo rapapolvo sufrido apenas tres días antes, recibió refuerzos de urgencia con respecto al primer encuentro.
Antes del partido, el árbrito visitó a los ucranianos y les requirió para que al salir al campo hicieran el saludo nazi. Cuando  los del Flakel gritaron "Heil Hitler", los panaderos, vestidos con la camiseta roja del color de su bandera, exclamaron: "Fizculthura" ("Viva el deporte", lema de los equipos soviéticos).

El árbrito toleró hasta extremos inimaginables el juego sucio y violento de los fornidos teutones contra sus mal alimentados rivales: el tanto inicial germano fue marcado mientras el portero local estaba inconsciente en el suelo a causa de una brutal entrada. A pesar de eso, en los primeros cuarenta y cinco minutos el tanteador estaba 3-1 a favor del Start.
En el descanso del partido, un oficial advirtió seriamente a los de rojo de las funestas consecuencias de ganar -otra vez- el partido. La poco velada amenaza fue ignorada por aquellos valientes y medio famélicos jugadores: el marcador final fue de 5-3 para los de Kiev.

Pero el momento cumbre del llamado desde entonces "partido de la muerte" no fue, como podría esperarse, un gol; en un lance del juego, después de sortear a defensas y portero rivales, Alexei Klimenko llegó con el balón cosido a la bota hasta la línea de gol. Con todo el estadio expectante, Klimenko se sacó de la manga de su conciencia la jugada más valiente en la historia del fútbol: bajo la portería contraria y con todo a su favor, en vez de empujar el balón a la red, lo golpeó hacia el centro del campo demostrando a los verdugos de su pueblo que no era como ellos: todavía era capaz de perdonar.
El árbitro se tomó aquello como una burla manifiesta y pitó el final del encuentro antes de tiempo.
Los nazis no soportaron por mucho tiempo la humillación que supuso para su marcial arrogancia ese gol abortado aposta por alguien a quien consideraban inferior. A los pocos días, la mayoría de los jugadores fueron apresados por la Gestapo acusados de sedición y uno de ellos, Nikolai Korotkykh, fue ejecutado en el acto con un tiro en la cabeza tras ser denunciado como espía ruso por su propia hermana.
Después de semanas de tortura, los demás fueron llevados al campo de concentración de Siretz. Allí, tres de los jugadores (Kuzmenko, Trusevich y Klimenko -el autor del gol que no fue-) fueron fusilados como represalia por un ataque partisano y sus cuerpos arrojados a un barranco.

Cuando el ejército Rojo recuperó Kiev en noviembre del 43 tras la aterradora batalla del Dniéper (una de las más sangrientas de la historia con alrededor de dos millones de muertos entre los dos bandos), la población había descendido de los 400.000 habitantes a 80.000. El bálsamo de la liberación fue relativo para los jugadores: tan solo cuatro habían sobrevivido a la ocupación. 
En un ambiente paranoico, los supervivientes fueron vistos por sus camaradas como colaboracionistas por haber jugado esos partidos con el enemigo. No fueron ejecutados a cambio de su silencio para no contradecir la versión oficial de los hechos, y la historia de su gesta fue sepultada durante años en los archivos del olvido. Hasta cerca de dos décadas después no empezó a conocerse la verdad.

Coda: en una trágica coincidencia, las fechas del 6 y 9 de agosto tendrían tres años después de aquellos partidos una trascendencia inmensa en la historia universal de la infamia: esos días fueron arrojadas por la aviación estadounidense las primeras bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki con un escalofriante saldo de muerte y destrucción nunca visto hasta entonces en un solo ataque.
A partir de aquel momento, el mundo hasta entonces conocido cambió para siempre.







2 comentarios:

  1. Ilustrativo y estremecedor relato. Gracias por tan interesante aportación.

    Un abrazo.

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  2. Gracias, Antonio. Era una historia que conocía hace tiempo y me apetecía compartirla.
    A pesar de mi escepticismo - con las oportunas salvedades- para con el género humano en general, ese gesto de Klimenko merecía ser conocido. Este post es mi granito de arena para ello.

    Abrazo.

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