jueves, 25 de agosto de 2016

Exilio




A Stefan Zweig

Sé que no he de regresar jamás a este lugar
que hoy me expulsa de su lado

cada paso que voy dando,
cargado de hombros y en derrota,
borra el trozo de calle inútil,
harapiento, que queda detrás de mí,
ese que no volveré a pisar

desde zaguanes en penumbra,
bajo los toldos de los cafés,
emboscados tras los diarios
que informan de un nuevo estado de sitio,
cientos de ojos certifican mi salida
en un silencio cómplice y cobarde

subo al indigno vagón
-sólo billete de ida-
donde acomodo el equipaje:
mi exigua maleta de despojos
(un hatillo con comida fría,
dos gastados pantalones,
zapatos heridos de polvo y dudas)
y el oscuro gabán de los inviernos
por donde asoma roto el libro
con aquellos poemas que decías
-grávida, enamorada-
en los días felices hasta ayer

(¿he de escribir el dolor que me provoca
el deseo insatisfecho, imposible ya,
de permanecer aquí a tu lado,
el penar del pecho y de estas manos
que nunca más te verán?)

por la ventana indiferente
al movimiento que me aleja,
un paisaje de barriadas sucias
me conquista las retinas,
añade sordidez a este momento

a una velocidad que no me satisface, 
siento el traqueteo frenético
retumbando en mis adentros
-lo recto y lo curvo del hierro
rozándose ardiente a mis pies-,
más cerca mi cuerpo cada vez
de alguna frontera sin retorno

un penacho de humo blanco
pespuntea los rescoldos de la noche

con carbonilla en la mirada,
en una plena desolación sin nombre,
me dirijo hacia la lluvia
para que no se vean mis lágrimas

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